La siguiente historia tiene lugar entre el año 711 y el 929
EL REINO DE ASTURIAS
En el año 711 las tropas árabes y bereberes de Musa ibn Nusayr y Tarik ibn Ziyad derrotaron en Guadalete al rey Rodrigo y con ello empezó la conquista de los musulmanes de la península ibérica. En un par de añitos Hispania ya estaba completamente invadida. El territorio bajo su control pasó a llamarse Al-Ándalus, término del que viene el nombre de la comunidad autónoma de Andalucía.
Muchos de los hispanogodos que se rindieron pudieron conservar sus propiedades, pero otros huyeron al norte y sus tierras fueron repartidas entre los mandamases musulmanes. Fue en las montañas cántabras y asturianas donde se organizó una pequeña resistencia liderada por un noble llamado Don Pelayo. La Batalla de Covadonga (722) significó el comienzo de la Reconquista.
¿Está bien usar el término reconquista? Algunos historiadores dicen que no es un término correcto, pues no se Reconquistó, ya que el Reino Astur parece que no fue continuador de los visigodos, aunque sí del cristianismo, la lengua romance etc. Según las crónicas de la época, Pelayo era un noble godo que huyó de Toledo, pero podría ser una invención de Alfonso III para justificar y dar más caché a su gobierno. Pero no hay absolutamente nada seguro, así que llamad a este periodo como os de la gana.
Don Pelayo (722-737) reinó y organizó el precario Reino de Asturias hasta que fue sucedido, primero por Favila y luego por Alfonso I (739-757), su yerno, pues se casó con la hija de Pelayo: Ermesinda. Era hijo del duque Pedro de Cantabria, y se dedicó a limpiar la frontera sur a base de espadazos, y el reino creció bastante. El Bierzo leonés, Galicia, Bardulia (futura Castilla), Vizcaya, Álava… todo pasó a formar parte del reino asturiano.
DEL EMIRATO DEPENDIENTE AL INDEPENDIENTE
En Al-Ándalus, por todas partes pusieron Valíes, o gobernadores territoriales, aunque también estaba la figura del Emir, un gobernador con prerrogativas más militares. Todos ellos eran dependientes del Califa, la autoridad suprema político-religiosa del Califato Omeya, con sede en Damasco. Durante casi 50 años Al-Ándalus fue un puto caos, pues tanto árabes, como bereberes y sirios lucharon por hacerse con las mejores tierras.
Fue en Damasco donde se estaban cociendo cosas muy turbias. Resulta que en el 751 había dos familias importantes: los Omeyas, que tenían el poder, y los Abasíes, que lo querían. Durante un banquete, Abu Abbás ordenó la matanza de toda la familia Omeya, y todos a la tumba, no les dejaron ni comer el postre. Sólo uno sobrevivió, Abderramán I, quien cogió un barco y llegó a una Al-Ándalus en medio de una guerra civil. El tío logró nombrarse emir tras ir por todo el lugar cortando cabezas.
Así en el año 756 Oriente era controlado por el Califato Abasí con sede en Bagdad… mientras que en Al-Ándalus, este Abderramán I (756-788) se independizaba formando el Emirato Independiente de Córdoba. Rompió con el califa abbasí, pero él no se nombró califa, sino que dejó el cargo vacante. No se vería con fuerzas de ser un jefe espiritual además de civil y militar, a mí también me daría pereza dada la situación.
Abderramán I se esforzó mucho en crear un gran ejército de mercenarios, formado por bereberes y esclavos hispanogodofrancos. Una guardia negra a los que llamaban los Jurs, los mudos. Con ellos fue a por el rey asturiano Fruela I y le venció en Galicia, y además sometió Álava. Lo habitual eran las razias o aceifas, que eran como pequeñas incursiones sorpresa para pillar botín, hacer rehenes o cosas de esas.
SOCIEDAD DE AL-ANDALUS
La sociedad en Al-Andalus era compleja. Los árabes dominaban el cotarro y poseían los grandes dominios territoriales, aunque entre los diferentes clanes había tiranteces. Por ejemplo estaban los Qaysíes, o árabes del norte; y los Yemeníes o Kalbíes, los árabes del sur. Luego estaban los Bereberes, grandes guerreros del Magreb que habían sido conquistados e islamizados, y que los árabes despreciaban en muchos aspectos, pero les necesitaban. Eso sí, en el año 739 hubo una sublevación de bereberes gordísima que reclamaba igualdad de trato, y acabaron tomando Tánger. En fin, todos estos eran los Andalusíes, los musulmanes de Hispania. Para ellos empezó a construir mezquitas y otros lugares de culto, como la Mezquita de Córdoba, que se iría ampliando con los años. Los cristianos llamarían de forma genérica a estos musulmanes como sarracenos, moros, mahometanos o ismaelitas.
Los Muladíes eran los conversos, hispanogodos que se habían pasado al islam porque así no tenían que pagar el impuesto de la yizya. Y finalmente estaban los Mozárabes, los cristianos que pudieron seguir manteniendo su fe a cambio de pagar la yizya. Muchas instituciones visigodas cristianas se mantuvieron, como las sedes eclesiásticas, el Fuero Juzgo y los condes, líderes de las comunidades cristianas que recogían los impuestos; pero estos mozárabes fueron adaptando poco a poco la cultura árabe aunque algunos sufrieron marginación.
Otros que mantuvieron su religión fueron los Judíos, quienes vivieron en barrios apartados llamados juderías. Aun así todos tenían que pagar el jaray o jarach, una contribución territorial en especie. Todos estos grupos eran los Dimmíes, las Gentes del Libro, o que seguían las religiones abrahamicas. Con ellos hubo una relativa tolerancia, pues en el fondo, estas tres religiones tenían el mismo origen. Finalmente, todos los musulmanes tenían que pagar al emir una limosna llamada zacat.
Esta era la sociedad andalusí, a la que podemos dividir en dos grupos bien diferentes: la Jassa, la aristocracia, ya fuera la familia omeya o nobles, algunos de ellos hispanogodos; y la Amma, la masa popular, tanto rural como urbana. En las ciudades también existía una clase media formada por grandes comerciantes, terratenientes, funcionarios de menor rango, profesionales o alfaquíes, que vienen a ser abogados islámicos.
En el año 778 un tal Sulaymán, valí de Barcelona, decidió dar un golpe de estado, y pidió ayuda al rey franco Carlomagno a cambio de regalarle Saraqusta, Zaragoza. El franco llegó in person a Hispania y arrasó Pamplona y después sitió Zaragoza, pero tuvo que retirarse porque le estaban atacando los sajones en el norte francés. Eso sí, durante su retirada, su sobrino Roldán tuvo que enfrentarse a un grupo de vascones cabreados en la mítica Batalla de Roncesvalles (778), y liberaron a Sulayman.
Le sucedió su hijo Hisham I (788-796), cuya madre era una antigua esclava visigoda conversa. Se dedicó a luchar contra los cristianos y acabó muerto en una batalla. Con su hijo Al-Hakam I (796-822) Al-Ándalus comenzó a irse a la mierda. Temas sucesorios, rebeliones de Toledo, Zaragoza y Mérida, y mucho descontento social. Por un lado los muladíes, los conversos, se sentían discriminados; mientras que los malikíes querían más ortodoxia musulmana, eran muy rigoristas. ¿Solución? Represión. Es conocida la Jornada del Foso (797) de Toledo, donde se dice que se ejecutaron a las personalidades hispanogodas más importantes de la ciudad.
Además en el año 800 llegaron los francos y tomaron gran parte de Cataluña, Barcelona incluida, y convirtieron toda la zona en La Marca Hispánica. Las marcas eran como condados pero dirigidas por marqueses, y siempre estaban en zonas fronterizas de defensa complicada. Esta Marca Hispánica será eso, un territorio fronterizo y muy defendido entre Al-Andalus y el Imperio Carolingio.
En esas fechas empezó un reinado de medio siglo, el de Alfonso II de Asturias (791-842). Sus padres fueron el rey astur Fruela I y Munia, una prisionera vascona. Cuando le tocó reinar en el 783 llegó su tío Mauregato y trató de matarle, pero Alfonsito se refugió en Álava con la familia de su madre hasta que finalmente, años después, tras la abdicación de Bermudo I, pudo volver a Pravia a posar su culo en su legítimo trono. Eso sí, luego este rey trasladaría la capital o sede regia a Oviedo, donde tendrían lugar los nuevos concilios religiosos. Y es que más que ciudad era un lugar lleno de edificios religiosos y reliquias sagradas como… el puto Arca de la Alianza.
Se podría decir que Alfonso II comenzó una monarquía electiva neogótica asturleonsa, ya que se rigieron en parte por la ley de los godos, el Fuero Juzgo. Se ordenaron construir muchas iglesias de estilo prerrománico, como la de San Julián de los Prados o la Iglesia de Santa María de Bendones, famosas por sus celosías de estuco en las ventanas. Su sucesor, Ramiro I, construiría la Iglesia de Santa María de Naranco, que empezó siendo el Aula Regia. Otra que mandó edificar fue la iglesia de San Miguel de Lillo, a 100 metros de la anterior.
Durante muchos años, entre cristianos y musulmanes había habido paz, al parecer porque según la leyenda se vieron obligados a pagar al emir 100 doncellas anuales; pero desde Hisham I la cosa cambió, y se abrieron hostilidades. Los musulmanes no lo tuvieron nada fácil, y las tropas de Al-Hakam I sufrieron una derrota tremenda en Álava, y fueron expulsados de la zona gracias a las fuerzas combinadas de astur-leoneses y vascones. Para crear una frontera lo que hicieron fue coger mazo de población goda e hispana de la meseta norte y darles tierras en el norte, creando un desierto de nada en la zona del Duero que servía como tierra de nadie, como frontera segura.
Hubo cosas importantes durante el reinado de este Alfonso II, especialmente en el tema religioso. Empezó el culto jacobeo, al apóstol Santiago, aunque todavía hay muchas dudas de su estancia en Hispania. Parece que en el 814 se encontró su sepulcro, aunque existen sospechas que apuntan a que el que estaba enterrado ahí era en realidad Prisciliano. Vaya girote, ¿eh? Pero claro, poseer los restos de un apóstol del mismo Jesucristo era todo un honor en aquella Europa. Alfonso II se convirtió en el primer tío en peregrinar a Santiago de Compostela, lo que dio origen al Camino de Santiago primitivo.
Otra cosa importante fue la Querella del Adopcionismo, una herejía promovida por la iglesia toledana que negaba el lado divino de Jesucristo al menos hasta su muerte. Uno de sus combatientes fue Beato de Liébana, un monje cántabro famoso por su Comentario del Apocalipsis de San Juan. Interpretaba la invasión islámica como el comienzo del fin del mundo y la llegada del Anticristo, por lo que rompió con la iglesia metropolitana de Toledo.
EL REINO DE PAMPLONA
Durante el reinado de Alfonso II apareció un nuevo reino cristiano en lo que ahora es Navarra. Los inicios de este reino son bastante oscuros, pero parece que la población era de origen vascón. Durante la época visigoda, los francos merovingios crearon dentro de Aquitania el Ducado de Vasconia o Gascuña, donde vivían los gascones, y todo era dirigido por un tío llamado Genial de Vasconia. Luego el duque de Aquitania Odón el Grande se hizo con él, conquistó cosas pero los musulmanes se lo robaron, y los vascones tuvieron que pagar tributo.
Los francos de Carlomagno volvieron otra vez a Pamplona en el 812, la conquistaron e impusieron a un tal Velasco como gobernador. Sin embargo, un noble posiblemente del Condado de Bigorra llamado Íñigo Arista (816-852) le partió la boca en el 824 y fundó el Reino de Pamplona, con capital en aquella ciudad que fundó Pompeyo, Pompaelo. Arista estaba emparentado por vía materna con los llamados Banu Qasi, los hijos de Casio, eran una poderosa dinastía salida de un conde visigodo de la zona del Ebro llamado Casio, que se convirtió al islam y se hizo vasallo del emir, y este le dejó en su puesto.
El emir Abderramán II (822-852) llegó al trono cordobés. Este tipo fue muy puto amo, y restableció el esplendor andalusí a base de centralización política. Ahora el Estado iba a estar dirigido por el Diván, un cuerpo gubernamental de alto rango que estaba dirigida por el Hayib, una especie de primer ministro que asesoraba al rey. Bajo el Diván hubo dos secciones dirigidas por sendos visires: la Cancillería (encargada de la burocracia) y el Tesoro (encargado de los impuestos). Gastó muchos dinares en construirse una gran biblioteca que acogió un montón de obras de todo tipo, como las de Aristóteles, que fueron rescatadas del olvido, y también matemáticas, con los números indoarábigos, los que usamos ahora. En los próximos años irían llegando nuevas innovaciones, como el uso del papel, un invento chino.
El territorio se dividió en tres marcas: la Superior, la Media y la Inferior. Al ser los territorios más alejados tenían más autonomía, y se sublevaban con más facilidad, especialmente cuando las autoridades empezaron a meter el Islam en vena a los no conversos. De ahí que en muchas capitales aparecieran fortificaciones militares como la Alcazaba de Mérida o el famoso Alcázar de Toledo. Ahí estarían protegidos de las hordas bereberes rebeldes y mozárabes exaltados, ya que muchos de ellos fueron ejecutados por blasfemos en el episodio llamado Los Mártires de Córdoba.
Se habla de una batalla mítica entre el rey astur Ordoño I, los pamploneses de García Íñiguez y el Banu Qasi: la 2ª Batalla de Albelda (859), donde los cristianos se refugiaron en un castillo riojano y acabaron venciendo gracias a la llegada in extremis del fantasma del apóstol Santiago a caballo y con espada. Le apodaron Santiago Matamoros, y el mito la llama Batalla de Clavijo.
Para empeorar las cosas, hacia el año 840 llegaron los vikingos con sus famosos y veloces drakkar y empezaron a liarla parda. Claro, como hacía frío en su tierra, les dio por venirse al sur una temporada para saquear todo lo que pudieran. Llegaron hasta Sevilla remontando el río Guadalquivir, y los musulmanes las pasaron canutas para echarles. Debido a esto, el emir decidió construir fortalezas, murallas y torres por todo el territorio, así como los famosos astilleros de Sevilla, donde creó una poderosa flota para volver a darles por saco en caso de que volviesen. Y volverían. Por ejemplo, en la década siguiente lograrían tomar Algeciras, las Baleares e incluso no se sabe bien cómo, por el río Ebro se supone, llegaron hasta Pamplona y apresaron a su rey García Íñiguez en el 859.
La clave del éxito de Al-Andalus fue por algo que conocían los árabes y les sirvió para lograr tomar las riendas de todos estos sitios. Hablo de la revolución agrícola árabe, una agricultura intensiva basada en el regadío. Se trajeron de Oriente nuevos cultivos como arroz, azúcar, berenjenas, algodón, palmeras… y crearon complejos sistemas de acequias, con norias por todos lados, y la técnica del Qanat, que ayudaba a captar agua subterránea. De hecho, en aquellos años se fundó una fortaleza en un lugar llamado Magerit, o Mairit, en la Marca Media, que significa “abundantes aguas subterráneas” o algo así, y en el futuro sería conocida como Madrid.
Un cultivo muy exitoso fue el de la vid, a pesar de que el Corán prohíbe expresamente beberlo. ¿Entonces qué hacían con él? Pues comerciar. Al-Ándalus buscó hacer negocios con Bizancio e incluso con los Carolingios. Lo que más se exportaban eran telas y metales, armas y hasta esclavos. En ello colaboraron muchos judíos, de ahí que en el futuro se les quisiera expulsar.
Bajo el gobierno de Muhammad I (852-886) se continuó con las reformas de su padre Abderramán I y con la Guerra Santa contra los reinos cristianos del norte. Pero la mayor movida la tenía dentro de Al-Ándalus, sobre todo a raíz de la decapitación de san Eulogio de Córdoba y otros cristianos. Muchos mozárabes estaban en pie de guerra. En Toledo es donde más hostias hubo (852-859), y más cuando pidieron ayuda al rey asturiano Ordoño I. El hermano del rey, Gatón del Bierzo, fue allá, pero la Batalla del río Guadacelete (854) no tuvo éxito, aunque lograron retrasar la captura de la rebelde Toledo.
Otro problema gordo fue Musa ibn Musa, el gobernador muladí de la Marca Superior, de la poderosa familia Banu Qasi y hermanastro de Íñigo Arista. Este Musa había condicionado su lealtad al emir a cambio de grandes beneficios, tantos que llegó a creerse “el Tercer Rey de España” el muy flipao. Pero Muhammad I aprovechó una derrota que había tenido contra Ordoño I para echarle de allí y poner a un títere en el 862.
Volvamos al Reino de Asturias. A partir del año 866 empezó a gobernar otro Alfonso, Alfonso III el Magno (866-910). Fue un crack en lo político-miliar, ya que aprovechando la crisis de Córdoba logró recuperar todo el territorio al norte del río Duero, y empezó a hacer wololós cristianos desde Burgos hasta Oporto. Durante una operación de reconquista, se dice que Alfonso III llegó incluso hasta Sierra Morena, mientras Muhammad I estaba entretenido con diferentes sublevaciones que le habían salido dentro de Al-Ándalus. No pudo conquistar nada pero al menos volvió a Asturias con un pedazo botín de cagarse (881).
Había mucho trabajo, pues muchas de las comarcas ganadas a los musulmanes se habían quedado casi sin población. Tenían que repoblarlo de nuevo con colonos gallegos, astures, cántabros y vascos, y juntos empezaron a reconstruir caminos, granjas, molinos, canales de riego… Fueron tiempos duros y la gente se vio obligada a volver al trueque hasta casi el año 1000. Para atraer a gente se usó el sistema de presura, es decir, que los terrenos baldíos pasaban a ser propiedad del primero que los roturase.
En la zona de Castilla se levantaron muchos castillos, de ahí el nombre de esta comarca. Destaca la Peña de Amaya, en Burgos, una ciudad-fortaleza completamente amurallada por el primer conde de Castilla, Rodrigo, posible hijo del rey Ramiro, quien también se hará con el título de conde de Álava.
Burgos y Zamora fueron otras ciudades que recibieron gran cantidad de pobladores nuevos. En el 868 el caudillo asturiano Vimara Pérez llegó hasta Oporto, en la desembocadura del Duero, y se convirtió en el primer gobernador de condado de Portucale, futuro germen de Portugal.
Este monarca hizo mucho por el arte y la cultura. Durante su reinado se escribió la Crónica Albeldense, que resume la historia de Roma y la de España hasta ese momento. También Alfonso III embelleció a saco Oviedo y otras ciudades, desde fortalezas a palacios e iglesias. Destaca la Iglesia de San Salvador de Valdediós, la de San Adriano de Tuñón, o la Fuente de Foncalada en Oviedo. Y luego está la Cruz de la Victoria, símbolo del reino asturiano por excelencia.
Alfonso III se casó con la princesa navarra Jimena Garcés (869), y asturianos y pamploneses lucharon codo con codo contra las tropas de Muhammad ibn Lope, de los Banu Qasi, por el control de La Rioja. Pero Alfonso lo que más ilu le hacía era recuperar Toledo, la antigua capital visigoda, y allá que fue por el 906. Sin embargo, se tuvo que volver rápido a Asturias porque los cabrones de sus hijos querían quedarse con su trono.
Por otro lado, en el Reino de Pamplona caía la Dinastía Íñiga, pues Fortún Garcés fue derrocado por Sancho Garcés I en el año 905, de la dinastía Jimena, ya que su mujer Toda Aznárez era nieta del anterior. La razón del cambio dinástico parece que fue porque los Íñigos no paraban de hacerse manitas con los musulmanes zaragozanos, y este Sancho prefería aliarse con Alfonso III y acelerar la reconquista. En los años siguientes los pamploneses harían vasallos a otros condados orientales como el de Aragón, el de Sobrarbe y el de Ribagorza. Y también parte de lo que ahora es La Rioja, instalando su corte en el nuevo Reino de Nájera y dejando su gobierno a su hijo García Sánchez I.
LOS CONDADOS CATALANES
Ahora viajemos a lo que ahora es Cataluña. Esa zona estaba bajo dominio carolingio desde el año 795, desde los Pirineos hasta el río Llobregat. El hijo de Carlomagno, Ludovico Pío, entró, se dio de leches con los hispanorromanos y tomó Barcelona. Convirtió la zona en la llamada Marca Hispánica, una provincia altamente militarizada que servía de frontera contra los árabes y que iba desde Pamplona hasta Barcelona.
Lo que ahora es Cataluña fue dividida en diferentes condados: Rosellón, Cerdaña, Ampurias, Urgel, Pallars, Gerona, Besalú… y el más poderoso, el Condado de Barcelona. Los carolingios pusieron al mando de muchos de ellos a marqueses francos, pero el rey franco Carlos II el Calvo puso a un conde hispanogodo a dirigir Barcelona, y ese fue Wilfredo I el Velloso (874-898).
Este fue el último conde designado por los francos, quienes estaban sumidos en guerras internas, y Wilfredo aprovechó para quedarse con Gerona y Besalú, lograr más autonomía y hacer que su familia pudiese heredar sus cargos. Lo primero que hizo fue repoblar la Plana de Vic por el 878, una extensa tierra de nadie que pasaría ahora a convertirse en el Condado de Osona, donde puso a un vizconde, varios obispos y edificios religiosos por un tubo, como el monasterio de Santa María de Ripoll un poco más al norte. Acabó palmándola luchando contra los Banu Qasi, quienes hicieron una sangría de flipar.
En el año 888 estalló una gran guerra civil en Al-Ándalus entre muladíes y mozárabes y los musulmanes (888-912). Fue causada por lo de siempre: malas cosechas, subidas de impuestos y esa clase de mierda que hace que la gente se cabree. Incluso muchos musulmanes pobres se pusieron de lado de los cristianos. Prácticamente todas las provincias se habían cuasi-independizado de Córdoba, y la cosa se puso peor cuando un guerrero muladí llamado Umar ibn Hafsún se convirtió al cristianismo (899) y fortificó el castillo de Bobastro.
Abderramán III (912-961), hijo de Muhammad y Muzna, una concubina pamplonesa cristiana, llegó al poder y tomó el relevo en la lucha contra los rebeldes, especialmente contra Hafsún en Málaga y Granada. El emir fue con sus catapultas castillo por castillo de Andalucía decapitando a sus partidarios, especialmente a los infieles. El emir logró vencer a estos y a otros cristianos en Calahorra y Pamplona, siendo famosa la Batalla de Valdejunquera (920). Pamplona fue otra vez destruida y la capital del reino se trasladó a Nájera.
Creyéndose el emir que estaba en una especie de Guerra Santa se hizo nombrar “príncipe de los creyentes” en el 929. Quería relazar su autoridad, incluyendo la religiosa, esa que estaba vacante. Por todo esto, ese mismo año proclamó un nuevo estado: el Califato Omeya de Córdoba (929).
Este resurgir del poder andalusí coincidió con una severa crisis en el norte, en los reinos cristianos. Resulta que tras la abdicación de Alfonso III en el 910, sus tres hijos se repartieron el territorio: Ordoño II el Reino de Galicia y Portugal; García I el Reino de León; y Fruela II el Reino de Asturias. Al final, en el 924, Fruela II (910-925) se hizo con todo y gobernó el Reino de León en solitario. Un nuevo reino y una nueva capital, León, habían nacido.