GUELFOS VS GIBELINOS (1190-1268)
Como ya conté en un capítulo anterior, a la muerte del emperador Federico I Barbarroja, las ciudades-estado del norte italiano lograron una independencia de facto a pesar de seguir integradas dentro del Sacro Imperio.
El hijo de Barbarroja, Enrique VI, se casó con Constanza I de Sicilia, por lo que toda Italia (menos los Estados Papales, Venecia, Pisa y Génova) pasó a formar parte del Sacro Imperio regido por la Dinastía de los Hohenstaufen.
Y en el año 1198 fue coronado rey de Sicilia Federico II de Hohenstaufen, nieto del Barbarroja y de Roger II de Sicilia. El chaval fue criado en la ciudad de Palermo, en Sicilia, y que estuvo muy preocupado por la cultura, las ciencias y el arte. En su corte en Palermo se rodeó de peña muy culta, y también fundó la Universidad de Nápoles, y también construyó el Castel del Monte, en Apulia.
Todo apuntaba que este Federico II iba a ser el próximo emperador, pero el papa Inocencio III le miraba con recelo, porque veía que la iba a liar igual que su abuelo, y encima ahora estaba completamente rodeado. Por tanto, este papa decidió nombrar como emperador en 1209 al mayor rival de Fede, Otón de Brunswick, u Otón IV, un miembro de la casa Welf, es decir, un güelfo, con el que el papado esperaba quitarse de encima a los Hohenstaufen. Pero no funcionó, pues la ambición de Otón IV le hizo tratar de conquistar la Sicilia del joven Federico II, supuestamente un feudo del papado, así que el pontífice le marcó como enemigo, acabó derrotado por Francia en la Batalla de Bouvines de 1214, y finalmente, Inocencio III ofreció el imperio a Federico II de Hohenstaufen, y éste acabó siendo coronado en 1220 por el nuevo papa, Honorio III, bajo la promesa de portarse bien, condonar la deuda pontificia, ayudar al Imperio Latino y embarcarse en una nueva cruzada. Spoiler: no haría nada de esto. Bueno, la cruzada sí.
En 1228, Federico se embarcó en la 6ª Cruzada a Tierra Santa, pero sin luchar, sólo con diplomacia, logró firmar un pacto con el sultán ayubí Al-Kamil que devolvió a manos cristianas las ciudades de Belén, Nazareth y Jerusalén, aunque serían reconquistadas pronto. También se casó con la princesa Yolanda de Jerusalén y fue nombrado rey de Jerusalén 3 años.
Sin embargo, en 1229 se tuvo que volver corriendo porque su hijo Enrique estaba intentando dar un golpe de estado en Alemania… mientras que el papa Gregorio IX reunió a todas las ciudades güelfas del norte de Italia contra el nuevo emperador, con la intención de conquistar Sicilia. Esa fue la 2ª Liga Lombarda, creada en 1226. Muchas de estas ciudades sabían que, si ganaba el emperador, habría más restricciones de sus libertades y más impuestos que pagar. Y eso no molaba nada.
Y es que a este emperador estaba obsesionado con el tema de la monarquía absoluta, el imperio y demás, y eso le llevó a prohibir las guerras privadas entre las ciudades del Sacro Imperio y el norte de Italia. Debía poner orden en su imperio.
Por ello, en 1229, Federico II invadió el norte de Italia, y durante dos décadas, ambos bandos se estuvieron dando de leches.
Por cierto, este papa Gregorio IX fue quien estableció en Roma la Inquisición pontificia, que sustituyó a la episcopal, creada 50 años antes. Esta inquisición se dedicaba a perseguir a obispos herejes y demás religiosos que se alejaran de los dogmas estipulados por la Santa Sede.
Volviendo al tema de la guerra, Federico II empezó teniendo varias victorias, destacando la toma de Vicenza o su victoria en la Batalla de Cortenuova, de 1237. Incluso poco después logró capturar la mitad del territorio de los Estados Papales, que fue integrado al Sacro Imperio, por ello, Fede se ganó una nueva excomunión, porque el tipo llevaba ya unas cuantas acumuladas.
Sin embargo, su fracaso en la Batalla de Parma, de 1248, fue el comienzo de su fin. Federico II pronto comenzó a sentirse enfermito y dos años después la palmó en el Castel Fiorentino de Apulia. Con su muerte, la Dinastía Hohenstaufen pronto desaparecería.
Volviendo al Sacro Imperio, el hijo de Federico II de Hohenstaufen, Conrado IV, fue rey de Jerusalén, rey de Romanos en Alemania y rey de Sicilia. Trató de poner orden por todo su territorio, pero no pudo y murió pronto, de malaria parece ser. Tras su muerte, hubo un periodo de interregno en el Sacro Imperio, donde no hubo realmente ningún gobernante.
Mientras tanto, Sicilia fue para el hijo de Conrado IV, Conradino, que era un niño, pero su tío regente Manfredo I, un hijo ilegítimo de Federico II, decidió usurpar el trono en 1258 y quedarse con todo el sur italiano.
El papa Urbano IV quería quitarse a los gibelinos de en medio de una vez por todas, y ese era el mejor momento. Por ello, pidió ayuda a los franceses. Entonces entró en el terreno de juego Carlos I de Anjou, el ambicioso hermano pequeño del rey Luis IX de Francia. El papa le prometió que, si echaba a estos Hohenstaufen que quedaban, se quedaría con Sicilia, y Carlos eso hizo. Tras la Batalla de Benevento de 1266, mató a Manfredo y se quedó con el reino, dando comienzo a la Dinastía Anjou-Sicilia.
Dos años después, el joven Conradino fue capturado en la Batalla de Tagliacozzo, y tras ejecutarle por decapitación en Nápoles, Carlos I de Anjou acabó con los últimos Hohenstaufen.
Estas guerras entre güelfos y gibelinos también afecto a las ciudades-estado o comunas que habían surgido tiempo atrás en la zona de la Toscana. Las Repúblicas de Pisa y de Siena se aliaron con el emperador del Sacro Imperio, los gibelinos, mientras que Florencia y Lucca se pusieron de lado del bando papal, es decir, los güelfos.
Fue durante estas guerras toscanas cuando el sistema estatal florentino cambió. Ahora, en vez de 12 cónsules se puso a un único jefe de estado, el Podestá, una especie de gobernante militar que podía permanecer en el poder siempre y cuando ayudase contra las invasiones de otras comunas o del emperador. Muchas veces este Podestá era un condotiero extranjero, es decir, imparcial con las lucha internas de la ciudad, y que buscaba reconocimiento una temporada y luego se iba a otra parte buscando batallitas; o los cónsules le pagaban por sus servicios y le enviaban a casa cuando todo estuviera en calma. Esta figura apareció bastante en estos años en diferentes repúblicas italianas.
Tras la victoria del emperador Federico II de Hohenstaufen en la Batalla de Cortenuova, de 1237, Florencia reconoció la soberanía de imperio, y Fede impuso como podestá a su hijo ilegítimo Federico de Antioquía. Éste trató de unificar la Toscana en un solo estado, aunque le fue imposible. En 1250, a la muerte de emperador, los florentinos derrocaron al podestá y establecieron “la 1ª democracia”, que duró diez años.
El líder de esta nueva forma republicana pasó a ser el Capitán del Pueblo. Esta figura era parecida a la del podestá, pero no solo representaba a los nobles, sino también al pópolo, es decir, el pueblo, entendiendo por pueblo, nuevos ciudadanos que empezaban a tener peso en Florencia: comerciantes, banqueros, juristas, médicos, artesanos… De hecho, muchas de las antiguas torres nobiliarias fueron derruidas durante esta época.
Para que esta gente tuviera representación política se creó un Consejo de Ancianos, con dos representantes por los seis distritos de la ciudad. Estos se encargaban de manejar las financias y los impuestos florentinos. Finalmente se creó un Consejo de Talleres, representantes no sólo de los comerciantes más ricos, sino también de los gremios de trabajadores de la ciudad.
Esta primera democracia fue una época boyante, pues Florencia venció en varias batallas a Pisa, Siena y a Pistoia, logrando obtener varios territorios fronterizos, incluyendo la ciudad de Volterra. También en esta época se construyó el Palacio del Pueblo, o Palazzo del Pópolo, ahora llamado el Bargello. Esta fue la sede de gobierno y ayuntamiento. Luego con los Medici, este edificio fue la sede del bargello, es decir, el jefe de policía, y funcionó como cuartel militar y prisión.
Unos años más tarde los florentinos construirían otro palacio similar pero mejorado, el Palazzo Vecchio (vekio), o Palacio Viejo, o Palacio de la Señoría, que pasaría a ser la sede gubernamental en los siguientes años.
También los florentinos de esta 1ª democracia pusieron en circulación una nueva moneda, los florines, que se convirtieron en la moneda más popular de toda Europa. Y es que Florencia ya estaba despuntando como un centro financiero bastante potente. Especialmente cuando a finales de siglo el banco más grande de Siena quebró, con lo que se acabó la competencia.
Sin embargo, esta “1ª democracia” acabó en 1260, tras la Batalla de Montaperti, cuando los florentinos fueron invadidos por los gibelinos de Siena, que apoyaban al rey Manfredo I de Sicilia.
De todas formas, el papa pronto pidió ayuda a Francia y entonces llegó Carlos I de Anjou, que mató a Manfredo I en 1266 y se quedó con Sicilia. Además, recuperó para el bando güelfo toda la Toscana. La República de Florencia volvió a la normalidad y los banqueros de la ciudad se pusieron a financiar a saco a los Anjou. Carlos fue nombrado podestá de Florencia durante los siguientes 13 años, aunque les dejó bastante autonomía.
Su hijo, Carlos el Cojo, intervino en una disputa de Florencia que tuvo con la ciudad de Arezzo en el contexto de güelfos contra gibelinos. Esa fue la Batalla de Campaldino, de 1289, que resultó en una victoria florentina. En esta batalla, por cierto, combatió Dante Aliyeri.
En 1292 estalló en Florencia la revolución de Jano della Bella, que pedía una democracia más amplia. Gracias a esto, comenzó la “2ª Democracia”, y Florencia adoptó los “Ordenamientos de Justicia”, de 1293, que cerró el acceso de los nobles feudales y grandes terratenientes a los órganos estatales, porque estaban todo el día peleando… y dio más poder a la burguesía, a los talleres y a los gremios de la ciudad, es decir, a la clase mercantil, que lo que hacían era que Florencia prosperase.
Estos estuvieron representados por un consejo de 6 u 8 priores, elegidos cada dos meses por cada distrito. Eso sí, las clases más bajas (asalariados, jornaleros o pequeños comerciantes) siguieron excluidos.
Aquí también nació el puesto de Confaloniero, o Gonfaloniero, que era una especie de juez mezclado con alférez militar que debía hacer cumplir las decisiones judiciales, y para ello tenía una guardia especial de mil hombres. También era elegido entre las familias más importantes de cada barrio.
El Podestá siguió existiendo, pero como juez supremo y comandante en jefe de las milicias, aunque obedecía a los priores. También existió un capitán del pueblo, pero con poco poder. Además, también siguió existiendo el Consejo de Ancianos y se creó el Consejo de los Cien, una especie de Senado consultivo.
De todas formas, esta paz no duró mucho, pues las presiones del papa Bonifacio VIII hicieron que Della Bella tuviera que huir. La expulsión de los gibelinos hizo que los güelfos blancos y los güelfos negros, es decir, los moderados y los radicales respectivamente, se pelearon entre sí y hubo mazo de ejecuciones y terror. Y para empeorar las cosas, el rey de Inglaterra Eduardo III decidió no pagar sus deudas con los bancos florentinos, por lo que muchos se arruinaron.
En este contexto vivió el escritor Dante Alighieri, uno de los grandes exponentes del humanismo italiano gracias a su obra la Divina Comedia. Entre sus seguidores destacan Francesco Petrarca y Giovanni Boccaccio. Se dice que este grupo de escritores fueron los que hicieron que el dialecto toscano se convirtiera tiempo después en el idioma italiano estándar en toda la península italiana, el italiano que tenemos hoy día.
Debido a todo el caos que hubo en estos años, en 1343, los florentinos llamaron al Duque titular de Atenas, Gualterio IV de Brienne, para que gobernara para ellos y pusiera orden. Era un tipo de fuera que no pertenecía a ninguna facción, y por lo tanto todos estarían contentos. Pues no. Fue un déspota y acabaron echándole de Florencia por la fuerza, y el gobierno pasó a la Comisión de los 14, siete representantes del pueblo y siete magnates.
Los florentinos empezaron a contratar mercenarios para estas luchas entre bandos, los famosos condotieros, y poco a poco todo volvió a la calma. Tanto fue así que, a principios del siglo XIV, Florencia se convirtió en el principal centro financiero e industrial de Europa. Los bancos de la ciudad prestaban dinero a Inglaterra, Francia o Nápoles, destacando las casas bancarias de Bardi y de Peruzzi. Por otra parte, los grandes comerciantes recibieron jugosos tratos comerciales para exportar lana de Inglaterra o grano del sur italiano. También exportaba elegantes prendas fabricadas en los talleres de la ciudad. Esta riqueza hizo que se levantaran por la ciudad un montón de hospitales, hospicios y orfanatos, de los que podía beneficiarse toda la ciudadanía.
Una de las construcciones de esta época es el Puente Vecchio, famoso porque sobre él hay casas y comercios. También destaca la Basílica de Santa María Novella, aunque su fachada es del Renacimiento. Algo similar pasa con la gigantesca catedral de Santa María del Fiore, que fue comenzada por 1200, pero la construcción de su alucinante cúpula tuvo que ser aplazada hasta la llegada del artista Filippo Brunelleschi a solucionar todas las movidas arquitectónicas que hubo. Una de las últimas obras de este artista fue la Basílica del Santo Spirito, que iba a tener una fachada to wapa, pero se quedó como la veis aquí.
Finalmente, tampoco hay que olvidar la Basílica de la Santa Cruz, de estilo gótico italiano y erigida hacia 1222 por los franciscanos.
En este siglo, Pistoia, Arezzo y Volterra fueron absorbidos a la república. Y mientras tanto, hacia 1284, las luchas entre genoveses y pisanos hizo que la República de Pisa se fuera lenta pero inexorablemente a la mierda.
Por cierto, una curiosidad divertida. En 1325 tuvo lugar la Batalla de Zappolino, entre las ciudades italianas de Bolonia (que era güelfa) y Módena (que era gibelina). ¿Por qué se pelearon? Pues porque varios soldados de Módena se colaron en Bolonia y robaron el cubo de agua del pozo de la ciudad, y ante tal afrenta, las dos ciudades se dieron de leches a gran escala. Murieron más de 2000 soldados, todo por un puto cubo. Esta fue la llamada Guerra del Cubo de Roble.
Otra curiosidad es la de San Marino, que comenzó como una pequeña comunidad monástica construida sobre el monte Titano, un lugar de acceso complicado, y pronto se convirtió en una comuna republicana reconocida por la Santa Sede en 1291. Y lo cierto es que sus leyes han permanecido casi inalterables hasta hoy, siendo San Marino un estado propio ubicado en el corazón de Italia, junto a la portuaria Rímini. Se le suele considerar el estado más antiguo del mundo por haber estado prácticamente inalterado desde entonces.
En el año 1348 llegó la Peste Negra. La crisis económico-social que produjo esta pandemia afectó a todas estas ciudades-estado, pero sobre todo a Florencia. En 1375, los florentinos, junto con Milán y Siena, se enfrentaron al papa Gregorio XI en la Guerra de los Ocho Santos, una guerra para evitar que los estados papales se expandieran por la Toscana. Duró 4 años y acabó en tablas.
Justo en esos años ocurrió el Cisma de Occidente, o Cisma de Aviñón, que comenzó en 1378 y duró medio siglo. Fue un conflicto que dividió a los papas católicos, y mientras unos vivían en Roma, otros trasladaron su sede a la ciudad de Aviñón, en Francia, y estuvieron protegidos por estos. En otro capítulo hablaré más de esto.
Aprovechando la situación precaria, la poderosa familia Albizzi intentó tomar el poder, pero estallaron una serie de revueltas, promovidas por el confaloniero Salvestro de Médici.
Una de estas fue la revuelta de los Ciompi (chompi), liderada por Mikele de Lando, que empezó en 1378. Los chompi eran cardadores de lana, es decir, los que limpiaban y alisaban la lana de oveja antes de ser hilada. Esta gente no estaba representada por ningún gremio, por lo que estaban fuera de la representación política, y precisamente por eso protestaron. Aunque lograron tomar el poder, fueron rápidamente expulsados por las fuerzas de los gremios y sus cabecillas acabaron en el patíbulo.
En resumen, que hubo muchísima conflictividad social en estos años.
Al final la política se reorganizó de la siguiente manera. La Señoría constaría de 9 hombres, 8 priores y un líder de todos ellos, el confaloniere, que se convirtió en una especie de jefe de estado que duraba 2 meses por sorteo, al igual que el resto de cargos. Para ser elegido tenías que tener finanzas sólidas, más de 30 años y ser miembro de uno de los principales gremios florentinos.
Estos gremios, o Arti, eran, los más importantes, el de jueces, el comerciantes y tintoreros, el de lanas, banqueros, tejedores de seda, médicos y peleteros. En el rango medio estaban carniceros y ganaderos, herreros, zapateros, canteros y talladores, y sastres. En el rango bajo estaban: viticultores, mesoneros, curtidores y cardadores, comerciantes de aceite, caballerizos, cerrajeros, forjadores de espadas, carpinteros y panaderos y molineros.
A pesar de todos los cambios políticos, Florencia, liderada por el confaloniero Níccolo da Uzzano, se enfrentó al creciente poder del Ducado de Milán dirigido por la familia Visconti. Fueron tres guerras, del 1390 al 92, del 1397 al 98 y del 1400 al 1402. Florencia acabó colapsando, y gran parte de la Toscana pasó al control de Gian Galaezzo Visconti. Lo único que salvó a Florencia de la conquista fue que un brote de peste acabó matando al duque milanés en 1402.
Tras estas guerras, llegó al poder de Florencia Rinaldo degli Albizzi, de la poderosa familia Albizzi, que gobernaría unos pocos años hasta la llegada de los Médici.
Y es que no lo he contado, pero esto es importante. En el año 1397, Giovanni di Bicci de Medici, fundó el Banco de Médici, que en las décadas siguientes haría a esta familia tan rica que acabaría dominando Florencia hasta el siglo 18. Sería en 1434 cuando Cosme de Médici llegase al poder de Florencia. La historia de esta familia la veremos más adelante.
EL DUCADO DE MILÁN DE LOS VISCONTI (1259-1450)
Ahora toca hablar de Milán. Milán se convirtió en una comuna en 1117, al igual que otras ciudades del norte italiano. Esta ciudad-estado estuvo gobernada anualmente por 23 cónsules. Sin embargo, fue hacia el año 1200 cuando se convirtió en el Señorío de Milán, aunque otros dicen que este señorío fue creado cuando llegó al poder Martino della Torre, en 1259, quien se hizo con el poder total. Y es que, durante los primeros tiempos del señorío milanés, los Torriani, o dellaTorre, que eran güelfos, fue la familia que dominó el gobierno.
Un miembro famoso fue Napoleón della Torre, que modernizó la ciudad de Milán con un extenso programa de obras públicas. Construyó iglesias, pavimentó las calles y un montón de cosas más.
Sin embargo, en 1277, tras la Batalla de Desio, la familia Visconti, liderada por Otón Visconti, le arrebató el poder a Napoleón della Torre, y con esto, los Visconti mantuvieron el control de Milán de forma prácticamente ininterrumpida hasta el siglo XV. De todas formas, la mayor parte del tiempo, estos Visconti estuvieron dándose de leches o con otras ciudades cercanas o entre ellos mismos.
Tras una salvaje guerra civil entre los Visconti, Gian Galeazzo Visconti dio un golpe de estado en 1385 contra su tío Bernabé, y se hizo con el poder absoluto. En los siguientes años luchó por todo el territorio milanés unificando todos los dominios familiares. Fue en 1395 cuando el rey alemán y de Bohemia, Venceslao de Luxemburgo, otorgó a Gian el título de duque, comenzando así la historia del Ducado de Milán, controlado por los Visconti. Dicen que el título se lo compró a cambio de 100.000 florines.
Con este tipo, Milán alcanzó su máxima expansión territorial. Y es que, tras contratar a los mejores condotieros de la época, Gian se metió en guerras contra otras ciudades-estado cercanas. Conquistó Verona y Vicenza (en manos de la familia della Scala); y durante un breve tiempo, también Padua y Treviso, en poder de Francesco de Carrara. Gracias a esto, Gian Galeazzo Visconti se convirtió en el gobernante más importante del norte de Italia.
En 1402, el rey alemán, Roberto III Witelsbach trató de arrebatarle todos los privilegios cedidos por su antecesor, pero Gian le dio tremenda paliza que le hizo volverse a Alemania. Y el milanés aprovechó para conquistar Bolonia tras la Batalla de Casalecchio, de 1402.
Se cuenta que el señor de Pisa Gherardo Appiani, vendió su ciudad al milanés por 200.000 florines de oro. Sin embargo, la población se resistió unos cuantos años, hasta que finalmente, en 1406, Pisa fue comprada por la República de Florencia. Aunque Florencia no pudo ser tomada, parece que Gian sí que fue reconocido señor de Siena, con lo que se hizo con un buen pedazo de la Toscana.
Durante el gobierno de Gian, se comenzó a levantar el Duomo o Catedral de Milán, cuya construcción comenzó en 1387. Se trata de una catedral gótica gigantesca, una de las más grandes del mundo. Tiene casi 160 metros de longitud, más de 100 metros de altura, y en su interior puede albergar a unas 40.000 personas.
Por cierto, curiosamente, la sede gubernamental de estos Visconti no estuvo en Milán, sino en Pavía. Fue allí donde está el Castillo Visconteo. Se trataba de una fortaleza cuadrada robusta, pero a la vez, fue la sede de una corte espléndida y refinada. A los Visconti les iba bastante el lujo.
Galeazzo estableció la primogenitura masculina para la sucesión dinástica, y el heredero obtendría el título de conde de Pavía. Fue así como, tras su muerte por la peste en 1402, ascendió al ducado su hijo Giovanni María Visconti. Su reinado fue cortito y no fue capaz de mantener las conquistas de su padre. Perdió toda la zona del Véneto y también la Toscana. De él se cuenta que entrenaba perros para que despedazaran vivos a los que le caían mal, y también que reprimió una protesta por hambre matando a más de 200 personas.
En 1412, este duque fue asesinado por un grupo de conspiradores gibelinos, y le sucedió su hermano menor, el famoso Filippo María Visconti. Filippo continuó la política expansionista de su padre y se lio a espadazos con los genoveses, a los cuales conquistó, y con la República de Florencia en 1423, que resistió. Desde esta fecha hasta 1454 se produjeron varias guerras entre Milán… y una liga fruto de una alianza entre florentinos, venecianos y otras ciudades noritalianas. Esas fueron llamadas las Guerras de Lombardía.
Filippo tendría bastante mala suerte con estas guerras. Intentó frenar el avance veneciano y acabó perdiendo en la Batalla de Maclodio, de 1427, y Venecia tuvo vía libre para expandirse por el noreste italiano.
Todas estas campañas las pudo financiar gracias a su matrimonio con Beatriz Lascaris, viuda y heredera del poderoso condotiero Facino Cane, fallecido poco antes. Eso sí, cuando Filippo vio que la mujer se metía demasiado en sus asuntos políticos ordenó decapitarla.
Luego se casó con María de Saboya, hija de Amadeo VIII de Saboya, un ducado nuevo que había sido creado ahí al ladito en el año 1416, pero que antes era un condado más del Sacro Imperio.
Se dice de Filippo que era un misógino de la leche, supersticioso, enfermizo, que cojeaba desde pequeño, y que vivió durante mucho tiempo recluido en su Castillo de la Porta Giova, en Milán, que más tarde sería reformado por los Sforza y sería llamado Castillo Sforzesco.
En 1435 murió sin herederos la reina de Nápoles Juana II de Anjou. Mientras angevinos y aragoneses intentaban hacerse con el control de aquel reino, Filippo decidió meter mano ahí. Formó una liga con Venecia y Florencia y se puso de lado de los angevinos. Luego se pasó al bando aragonés, y fue entonces cuando fue derrotado por los Anjou, liderados por el condotiero Franchesco Sforza, con quien Filippo ya había trabajando en guerras anteriores.
En 1441 se firmó la paz entre todos, la Paz de Cremona, en el cual tuvo que entregar más territorios suyos y además casó a su hija Bianca María Visconti con el ya nombrado Francesco Sforza.
A la muerte de Filippo María Visconti sin heredero varón en 1447, Milán se convirtió durante 3 años en la República Ambrosiana Dorada, una república fundada por un grupo de nobles y juristas de Pavía. Pero fue un desastre porque los revolucionaros estos no se ponían de acuerdo en nada, y empezaron a matarse entre ellos. Y también estaba Carlos de Valois, el duque de Orleans, que reclamaba el ducado de Milán como suyo porque era hijo de la hermana mayor de Filippo.
Entonces, el yerno del fallecido duque llegó a poner orden: ese fue Francesco Sforza, quien capturó Milán en 1450, dando comienzo a la Dinastía Sforza en Milán, que sería la que tendría el control del ducado a partir de entonces.
Con ellos, en 1454, se firmó el Tratado de Lodi, que puso punto y final a las Guerras de Lombardía y eso creó un clima de paz y estabilidad que ayudaría a que floreciera el movimiento renacentista por toda la zona.
LOS REINOS DE SICILIA Y NÁPOLES (1266-1442)
Año 1266, Carlos I de Anjou, el hermano del rey de Francia, logró hacerse con el antiguo Reino de Sicilia y allí que se quedó a reinar. La casa de Anjou gobernó la zona durante siglo y medio, y a este gobernante le debemos la construcción más reconocible de Nápoles, el Castel Nuovo, que sería la residencia de estos reyes angevinos.
En 1282, ocurrieron las Vísperas Sicilianas, unas revueltas contra la impopular dominación de los Anjou en Palermo, que se extendieron por toda la isla de Sicilia. Muchas guarniciones francesas fueron atacadas por los sicilianos y sus soldados asesinados.
Este golpe fue aprovechado por el rey de Aragón Pedro III el Grande, casado con la heredera de Sicilia, para hacerse con el control de la isla. Tras un par de batallas Pedro III de Aragón logró conquistar Sicilia y fue aclamado como rey por estos sicilianos rebeldes, mientras que Carlos de Anjou tuvo que hacer las maletas e irse al continente, constituyendo el Reino de Nápoles. Y ambos reinos estarían separados durante mucho tiempo.
Carlos I de Anjou murió poco después, en 1285, y le sucedió su hijo Carlos II el Cojo, que en aquel momento estaba preso por los aragoneses, pero le liberaron rapidito. Durante prácticamente todo su reinado se dedicó a darse de leches contra sicilianos y aragoneses por el control de Sicilia, pero no tuvo éxito. En 1302 se firmó la Paz de Caltabellotta, tratado por el cual, la dinastía angevina perdía definitivamente Sicilia a favor de Aragón.
Durante su reinado, el despiadado papa Bonifacio VIII promulgó la bula Unam Sanctam, que declaraba la supremacía absoluta de la Iglesia de Roma sobre cualquier rey, y que todos estos deben someterse al papa. Lógicamente, todos los reyes europeos pasaron de su culo.
Carlos el Cojo se casó con María de Hungría, hermana del rey Ladislao IV de Hungría, y juntos tuvieron a su heredero: Roberto I el Prudente. Ahora que no había nada que hacer en Sicilia, Roberto I decidió meterse en las movidas que había montadas al norte de Italia, apostado por el partido güelfo en contra del emperador Luis IV de Baviera. Y por supuesto también se enfrentó a cualquier ciudad-estado italiana que fuera gibelina, como era el caso de Saluzzo, ciudad que saqueó e incendió.
Roberto I murió en 1343, y le sucedió su nieta Juana I, de 17 años de edad. Y es que el padre de ésta, Carlos, el verdadero heredero, había muerto antes de tiempo. La chavala se casó con Andrés de Hungría, hijo del rey húngaro Carlos Roberto. Andrés quería ser coronado rey de Nápoles, pero el papa Clemente VI, queriendo evitar que Nápoles cayese en manos húngaras, le dijo que nanai, que Juana I iba a gobernar en solitario y punto pelota. Y curiosamente, al año siguiente el tal Andrés apareció muerto misteriosamente. Parece ser que lo tiraron por una ventana.
El hermano de Andrés, el rey Luis I de Hungría, quería venganza y declaró la guerra a Nápoles en 1347. Sin embargo, justo llegó la Peste Negra, y todos se tuvieron que volver a casita. Tiempo después volvieron a intentar tomar Nápoles, y al final pactaron con la Santa Sede como intermediaria.
Gracias a su ayuda, Juana I regaló a los papas la ciudad de Aviñón, en Francia, donde unos años después se instalarían los papas del Cisma de Occidente. Aunque otros dicen que fue el derrochador papa Clemente VI quien pagó 80.000 florines de oro por ella. Allí se construyó un palacio gótico de la leche, donde vivió una temporada, y lo mismo hicieron varios papas más.
Esto dejó a Roma con un vacío de poder que fue aprovechado por familias aristocráticas romanas, como los Orsini, los Colonna o los Caetani, para hacerse con el poder de facto. Aunque ya no existía el Senado como tal, sí que estas familias patricias controlaban algo de poder municipal de Roma desde el Palazzo Senatorio, construido en la Colina Capitolina. Aprovechando esto, un político romano llamado Cola de Rienzo, proclamó una república romana basándose en la Antigua Roma. Esto sólo duró unos meses de 1347, pero la gente se le echó encima por subir impuestos y usar ese dinero para sus fiestas.
Urbano V fue un papa que vivió en Aviñón porque Roma se había convertido en insegura, pero al final le convencieron para volver a Roma, y fue el primero en dejar el Palacio de Letrán, que había sufrido varios incendios, e instalarse en el Vaticano, en la Basílica de San Pedro, levantada por el emperador Constantino el Grande casi un milenio antes. Este era su aspecto antiguamente, pero dentro de dos siglos, durante el Renacimiento, comenzaría a tener la forma actual.
En 1356 el emperador germano Carlos IV, quien reinaba desde la ciudad de Praga, en Bohemia, proclamó la Bula de Oro, que decía que el nombramiento como emperador ya no dependía del papa, sino sólo de los 7 electores que elegían monarca en Alemania. Este hecho marcó el fin del conflicto entre papas y emperadores, y a partir de entonces cada uno iría por su lado. El Sacro Imperio perdió así mucha legitimidad sacra, pero ganó más independencia y menos movidas con los Estados Pontificios. A partir de aquí, los germanos irían perdiendo paulatinamente control sobre Italia, aunque les daba bastante igual porque controlar ese territorio era ya demasiado estrés para el cuerpo.
Ahora pasemos a hablar del Cisma de Aviñón. Este cisma católico comenzó en 1378, cuando murió el papa Gregorio XI. Se fue a celebrar un cónclave para elegir nuevo papa, y las milicias romanas amenazaron a los cardenales diciendo que como el nuevo papa no fuera italiano, iba a correr la sangre. Debido a esto se eligió al italiano Urbano VI, pero otros cardenales no aceptaron esto y eligieron a un francés, Clemente VII, y este reinó desde Aviñón.
Es decir, que durante el siguiente medio siglo hubo un papa y un antipapa, pero nadie sabía muy bien cuál era el legítimo, y los reyes europeos apoyaban a uno u a otro en función de sus intereses políticos. Luego también incluso eligieron papas en Pisa, que fueron dos. Es decir, que hubo un momento en el que hubo hasta 3 papas a la vez.
Este cisma acabó en 1417, cuando un concilio en Constanza con todos los grandes reinos representados eligió de forma oficial a Martín V como papa de todos, y el antipapa Benedicto XIII, el papa luna, acabó huyendo a Peñíscola, donde murió sin nunca haber renunciado.
Juana I apoyó al papa de Aviñón Clemente VII, por lo que el papa romano, Urbano VI, excomulgó a Juana, y los napolitanos, con el apoyo de los húngaros, reaccionaron apresando a su reina, la cual acabó estrangulada por orden de Carlos III, quien se convirtió en el nuevo rey de Nápoles. ¿Y quién es este Carlos III? Pues un bisnieto de Carlos el Cojo con bastantes ganas de gobernar y también de vengarse de Juana, pues se había cargado a su padre (Luis de Gravina) por unas revueltas que provocó.
Carlos III se apoderó del poder cinco años, y básicamente se peleó mazo con el papa Urbano VI porque se cayeron súper mal, y en 1385 le llamaron de Hungría para ser coronado rey allí, que era el primero en la lista de sucesión. Carlos III reinó menos de un año porque acabó asesinado por intrigas húngaras.
Entonces pasamos a Ladislao el Liberal, el hijo del anterior, y que tenía solo diez años cuando fue coronado rey de Nápoles. Durante gran parte de su reinado se peleó con Luis II de Anjou, quien reclamaba el trono, y con Segismundo de Hungría, con quien Ladislao se disputaba el trono húngaro. Y al final el trono de Hungría fue para Segismundo, quien también, por cierto, fue brevemente emperador del Sacro Imperio Romano Germánico.
Tras su muerte en 1414, el trono napolitano fue para su hermana Juana II. La pobre se casó varias veces, pero no conseguía tener hijos. Al final, en 1421, conoció al rey de Aragón Alfonso V el Magnánimo, y parece que ambos se cayeron muy bien y esta reina le nombró su heredero.
Sin embargo, una alianza entre nobles napolitanos, Milán y Venecia se interpuso en el camino del aragonés, y llegaron a Nápoles y vendieron a Juana II la idea de que era mejor nombrar heredero a Luis II, un pariente cercano también de la casa Anjou. El problema fue que este Luis la palmó en 1434, y al año siguiente se fue al hoyo Juana II, sin hijos, por lo que la herencia del reino pasaba a Renato I, el hijo de Luis II.
Alfonso V el Magnánimo se picó y hubo guerra durante un tiempo. En 1441 sitió la ciudad de Nápoles durante medio año. Renato se cagó de miedo y, al año siguiente, salió corriendo de allí y se volvió a Francia. Gracias a esto, el rey aragonés fue capaz de hacerse con el control de toda Nápoles y reunificar el antiguo reino siciliano. Este Reino de Sicilia reunificado estaría bajo el poder aragonés y luego de España durante los siguientes tres siglos, hasta 1713.