Tras las Guerras Macedónicas, en las que los romanos conquistaron toda la Hélade, muchos filósofos fueron llevados a Roma para que educaran a los hijos de las familias más pudientes. En esa época, muchos romanos como por ejemplo Escipión Emiliano y su círculo veían fascinados la cultura helena, y soñaban con asimilarla de alguna forma dentro de sus costumbres romanas. Otros como Marco Porcio Catón y los conservadores en general eran reacios a esta idea.
Los pensadores romanos: Estoicismo, Neoplatonismo y San Agustín de Hipona
Hablar de Filosofía romana es hablar de Estoicismo. El estoicismo nació de manos del griego Zenón de Citio alrededor del año 300 a.C. Más o menos 150 años después, el filósofo Panecio de Rodas fue a Roma y se hizo muy amigo de Emiliano, y modificó la doctrina estoica para adecuarla al pensamiento romano, mucho más pragmático, alejándose de cuestiones metafísicas y mierdas sobre el universo.
Casi un siglo después, apareció en Roma un prestigioso abogado y político llamado Marco Tulio Cicerón, que durante el gobierno de Cayo Mario y Cina pasó un tiempo exiliado en Grecia y conoció una versión moderada, o ecléctica, de esta filosofía que comenzó a aplicar a su vida a la vuelta a Roma.
Dotó al latín de mucho vocabulario, sobre todo abstracto, y creó muchas leyes nuevas. Mientras que en la Antigua Grecia veían las leyes como un mecanismo para garantizar la igualdad de todos sus habitantes, en Roma la ley sólo era un instrumento para poder tomar decisiones valorando si eran justas o injustas.
El Estoicismo se podría resumir en una filosofía de vida, un conjunto de pautas éticas para vivir y obrar bien, con sabiduría, y sin dejarse llevar por las pasiones, que tienden a nublar el criterio, y ellos las consideraban como una racionalidad deformada. La idea era que ni la riqueza ni la pobreza, ni la crítica ni la alabanza, ni la vida ni la muerte, turbasen al sabio.
No creían en ningún dios, ni en el libre albedrío. Pensaban que todo estaba regido por una especie de ser o logos cósmico que ordenaba el mundo natural e imponía un destino, el cual había que resignarse a aceptar de la mejor manera posible, es decir, con serenidad, o como ellos lo llamaban, Ataraxia.
Pero como ya digo prácticamente todo el siglo I antes de Cristo fue un caos de la leche, con guerras civiles y movidas chungas, y mucha gente abrazó el epicureísmo. Fue Lucrecio el encargado de diseminar esta práctica filosófica por la República, aunque el gobierno le paró los pies todo lo que pudo, pues esa forma de ver la vida no les molaba un pelo.
Estos epicúreos perseguían la felicidad como fin por medio del placer. Los estoicos, por el contrario, no veían la felicidad como fin. Para ellos, el fin era ser bueno, ético, y vivir conforme a esa ley natural del cosmos. Esta forma de ver la vida caló mucho en la aristocracia de la época, bastante hasta los huevos de dioses con aspecto humano y supersticiones absurdas.
Por otro lado, un alejandrino amigo de Cicerón, Publio Nigidio Fígulo, fundó el Neopitagorismo. Estos nuevos pitagóricos se convirtieron en una secta ascética obsesionada por los números, y el alma, y al final este pensamiento desvarió con los siglos y acabó integrado en el Corpus Hermeticum de Hermes Trimegisto, dando origen a todo lo relacionado con el esoterismo y esas cosas chungas.
Con la proclamación del Imperio romano en el año 27 a.C. llegó una nueva época de prosperidad para Roma. El epicureísmo perdió muchísimo fuelle y volvió el estoicismo. Fue el senador y filósofo cordobés Séneca, ministro y tutor del emperador Nerón, quien más destaca en esta época. Séneca intentó instruir al joven Nerón todo lo bien que pudo, pero el chaval pasaba del tema y se volvió un poco hijo puta. Y hasta ordenó a este filósofo que se suicidase tras una conjura en la que supuestamente estaba implicado. El emperador que sí logró convertirse en un gran filósofo fue Marco Aurelio, y nos dejó obras tan importantes como ‘Meditaciones’.
Alrededor del año 240 comenzó a extenderse una doctrina filosófica desde Alejandría llamada Neoplatonismo. El fundador pudo haber sido Amonio Saccas, pero quien llevó este pensamiento a la fama fue su alumno Plotino. La idea de esta filosofía era reinterpretar a Platón, actualizarle a los nuevos tiempos. Como Plotino cuenta en las Enéadas, sólo había un ser, lo uno, que es todo pero nada a la vez, ni siquiera un ser. Es decir, que añade un rollo panteísta a este pensamiento, un dios que está en todas las cosas. Y además dice que de este Uno emanaron el mundo de las ideas (inteligencia, nous), el alma, y el mundo sensible, lo material, que veían como algo negativo. Querían llegar a conocer el Bien supremo, esa luz de las ideas, a través de alguna clase de éxtasis místico.
Porfirio y Jámblico fueron filósofos neoplatónicos que tuvieron una competencia muy fuerte: el cristianismo. Esta religión comenzó a petarlo muy fuerte en esa época y a desbancar cualquier pensamiento filosófico que se le pusiera por delante.
En el año 354 nació en el norte de África San Agustín de Hipona. Su madre Santa Mónica intentó meterle el cristianismo en vena, pero el chaval lo rechazó y se hizo maniqueista. Sin embargo, esta religión de origen persa que mezclaba cristianismo y zoroastrismo le pareció una pérdida de tiempo. El frustrado chaval viajó a Roma y fue nombrado profesor de oratoria en Milán, donde se interesó por el neoplatonismo. En aquella época estaba el obispo San Ambrosio dándolo todo, y le enseñó al chaval la obra de Pablo de Tarso y otros cristianos y vamos, que el tío se convirtió a la religión de Jesucristo.
Una de las grandes preocupaciones de San Agustín fue la idea del mal. ¿Por qué existe el mal en el mundo si Dios es todo bondad? Este filósofo rechazó la idea maniqueista de la lucha del bien contra el mal sino que definió el mal como la ausencia de bien. El ladrón es malo por su ausencia de bondad, y así todo.
¿Pero por qué existe ese mal o ausencia de bien? San Agustín cree que la clave de esto está en que los humanos somos seres racionales, y para lograr esto Dios tuvo que darnos libre albedrío. Esto es la libertad de poder elegir entre hacer el bien o no hacerlo. Adán se equivocó al comer la manzana del Jardín del Edén por usar mal su razón.
Pero aquí entramos en una cuestión interesante. La razón es importante, vale, pero… ¿y la fe? Para Agustín la Fe es aún más importante que la razón, pero de alguna forma intenta reconciliar ambas. “Cree para entender, entiende para creer”, decía. Él era consciente de su propia existencia, y decía que la verdad está en dentro de nosotros mismos, en el alma. Y esta alma está dividida en tres: memoria, entendimiento y voluntad. San Agustín rechazaba lo material a favor de la introspección.
En el año 388, San Agustín repartió todo lo que tenía entre los pobres y se fue al norte de África a vivir una vida monacal. En el 395 se hizo obispo de la ciudad de Hipona y allí pasó el resto de sus días predicando y combatiendo a donatistas, arrianos y maniqueos hasta que 35 años después llegaron los vándalos de Genserico, asediaron la ciudad y San Agustín murió enfermo.
Y vamos a acabar este repaso por la filosofía romana con una mujer filósofa, matemática y astrónoma: Hipatia de Alejandría. La mujer no desarrolló ninguna corriente filosófica nueva, sino que dedicó una buena parte de su vida a la enseñanza, principalmente del neoplatonismo. Se dice que entre los múltiples inventos que creó se encuentra una versión mejorada del astrolabio, un aparato para buscar estrellas en el cielo para orientar a los navegantes.
En aquella época, Teodosio I había convertido al cristianismo en la religión oficial del Imperio Romano tras el Edicto de Tesalónica. Mucha gente se convirtió, pero Hipatia quería seguir siendo pagana y se cuenta que un grupo de cristianos asaltaron su carro, la golpearon y la desollaron con conchas marinas. En la película de Agora los hechos ocurren de forma algo diferente. Lo más probable es que la destrucción de la Gran Biblioteca de Alejandría fuera causa de un fortísimo terremoto años atrás y muchas obras fueron trasladadas a la Biblioteca del Serapeo.
Más adelante, por el año 400, el Patriarca de Alejandría, el copto Teófilo, mandó derribar algunos templos paganos y hubo disturbios y movidas. No se sabe qué pasó con las obras del Serapeo, pero parece que lo saquearon por orden del nuevo Patriarca Cirilo, quien sería también uno de los causantes del asesinato de Hipatia. Las pocas obras que sobrevivieron fueron usadas como combustible para baños públicos cuando el califa Umar tomó Egipto dos siglos después.
El caso es que allí estaba almacenado el 90% de todo el conocimiento de la Antigüedad. Imaginaos la cantidad de obras científicas, filosóficas o históricas que allí se perdieron entre las llamas. Dicen que aquello nos retrasó tres o cuatro siglos de avance en diferentes campos. En fin, ya hemos visto cómo fue esta época en los episodios de Roma. Se avecinaban años turbulentos para el pensamiento en general, y apenas un siglo después, el emperador del Imperio Bizantino Justiniano I cerró todas las escuelas filosóficas de Atenas (529), y en Occidente la filosofía se subordinó casi completamente a la religión. Bienvenidos a la Edad Media.