Francia en llamas: Los últimos Valois y las sangrientas Guerras de Religión

La siguiente historia tiene lugar entre el año 1547 y el 1589 d.C.

En el artículo de hoy toca conocer cómo llegaron al trono de Francia los últimos y malogrados miembros de la Casa de Valois, cómo su reino se desangró en una espiral de violencia sectaria durante las sangrientas Guerras de Religión contra los hugonotes, y cómo, finalmente, su poder fue arrebatado por la dinastía Borbón en medio del caos. Empecemos.

Enrique II: El Último Gran Valois y la Sombra de la Reforma

Tras la muerte en 1547 del famoso Francisco I, el gran mecenas del Renacimiento, fue nombrado rey de Francia su hijo Enrique II. Realmente él no estaba destinado a ser rey por ser el segundogénito, pero su hermano mayor, el delfín Francisco, murió diez años antes en extrañas circunstancias, por lo que tuvo vía libre al trono a los 28 años de edad, heredando un reino próspero en lo cultural pero con unas finanzas precarias y una creciente fractura religiosa.

Catalina de Médici y Diana de Poitiers: Reinas en la Sombra

Es imposible entender el reinado de Enrique II sin hablar de las dos mujeres que dominaron su vida y la corte francesa. En 1533, se había casado con Catalina de Médici, una huérfana de la poderosa y riquísima familia de banqueros florentinos. Hija de Lorenzo II de Médici y una noble francesa, ambos murieron a las pocas semanas de su nacimiento. Tras una infancia turbulenta, pasando por conventos y siendo utilizada como peón político durante el sitio de Florencia, fue su tío, el Papa Clemente VII, quien arregló su matrimonio con el príncipe francés. Juntos llegarían a tener diez hijos, asegurando la sucesión, pero su relación personal fue siempre fría y distante, marcada por la humillación constante a la que el rey la sometía.

El corazón, la mente y la voluntad del rey pertenecían a otra mujer: su amante, Diana de Poitiers. Veinte años mayor que él, Diana era una mujer de una belleza legendaria, una inteligencia política formidable y una influencia extraordinaria. Enrique estaba completamente subyugado por ella, otorgándole títulos, fabulosos castillos (como el magnífico Chenonceau) y un poder inmenso en la corte, hasta el punto de que firmaba documentos oficiales como «HenriDiana». Esto provocó una amarga y constante pugna entre la reina oficial, Catalina, ninguneada y apodada «la florentina», y la «reina en la sombra», Diana. Fue una rivalidad que marcó toda una época. A pesar de todo, Enrique II también tuvo otras aventuras, como la que mantuvo con la cortesana Filippa Duci, con quien tuvo una hija llamada Diana.

El Esplendor del Renacimiento y las Primeras Revueltas

Enrique II prosiguió con la labor artística de su padre, convirtiéndose en un gran mecenas del Renacimiento Francés. Las obras continuaron en el Palacio del Louvre, con el arquitecto Pierre Lescot al frente, y otros grandes como Philibert Delorme y Jean Bullant levantaron magníficos castillos y palacios para el rey y su amante. En escultura destacaron Jean Goujon y Germain Pilon, mientras que en literatura floreció el grupo poético de La Pléyade y surgieron pensadores de la talla de Michel de Montaigne, creador del ensayo moderno.

Sin embargo, bajo el brillo del Renacimiento se gestaba un profundo descontento social. El lujo de la corte contrastaba brutalmente con la miseria del campesinado. En 1548 estalló la Jacquerie de Pitauds, una violenta revuelta campesina en el suroeste del país contra la subida de impuestos, especialmente el de la sal. Enrique II envió a su condestable, el poderoso y brutal Anne de Montmorency, que reprimió la rebelión con una crueldad inusitada, ejecutando a miles de personas. Este hecho no solo mostró la dureza del régimen, sino que también consolidó a los Montmorency, junto a los ambiciosos Borbones y los ultracatólicos Guisa, como una de las tres familias nobles más poderosas e influyentes del reino, cuyo antagonismo pronto haría estallar el país.

La Lucha contra el Protestantismo: Hugonotes y «Cámaras Ardientes»

Enrique II fue un ferviente defensor de la fe católica frente al avance de la Reforma Protestante. El movimiento calvinista, impulsado por el teólogo francés Juan Calvino desde su exilio en la teocrática Ginebra, ganaba adeptos a una velocidad vertiginosa en Francia, especialmente entre la nobleza (que veía una oportunidad para desafiar el poder real y confiscar bienes de la Iglesia) y la burguesía urbana. A estos calvinistas franceses se les conocería como hugonotes.

¿Y qué defendían? Un cristianismo más estricto, que volvía a las fuentes de las Escrituras. Para ellos, la única autoridad era la Biblia, rechazaban el poder del Papa, el culto a los santos y a las reliquias, y creían en la predestinación. Para combatir lo que consideraba una herejía que amenazaba la unidad de su reino («un rey, una fe, una ley»), Enrique II creó unos tribunales especiales conocidos como “cámaras ardientes”, dedicados a procesar y condenar a los protestantes a la hoguera con una eficiencia aterradora. Paradójicamente, el propio Calvino imponía un régimen de terror en Ginebra, donde también se perseguía y quemaba a quienes disentían de su estricta doctrina.

Aventuras Coloniales y el Fin de las Guerras Italianas

Durante su reinado, Francia intentó establecer colonias en América que sirvieran de refugio para los perseguidos hugonotes. Se fundó la Francia Antártica en la bahía de Río de Janeiro (Brasil) y la Florida Francesa, pero ambas empresas fracasaron estrepitosamente, siendo aniquiladas por los portugueses y los españoles respectivamente, quienes no iban a tolerar la presencia de herejes en sus dominios.

En Europa, Enrique II heredó de su padre el enquistado y costosísimo conflicto contra los Habsburgo, lo que le llevó a la novena y última de las Guerras Italianas (1551-1559). Aliado con los príncipes protestantes alemanes, logró un éxito inicial resonante al conquistar los Tres Obispados de Metz, Toul y Verdún, anexionándolos de facto a Francia. Sin embargo, en el frente italiano, la suerte fue esquiva.

La guerra alcanzó su punto álgido cuando Felipe II de España, heredero del emperador Carlos V, ordenó la invasión de Francia desde Flandes. El choque resultó en la desastrosa Batalla de San Quintín (1557), donde el ejército francés, comandado por el condestable Anne de Montmorency, fue completamente aniquilado. A pesar de un golpe de efecto posterior con la recuperación de Calais, el último enclave inglés en suelo francés, una nueva y contundente derrota en la Batalla de Gravelinas dejó a Francia sin recursos y al borde de la bancarrota.

Ambos reinos estaban económicamente exhaustos, lo que forzó la firma de la Paz de Cateau-Cambrésis en 1559. En este tratado, Francia renunciaba definitivamente a sus ambiciones en Italia, que quedaba bajo la hegemonía indiscutible de la España de los Habsburgo.

La Trágica Muerte en la Justa: ¿Una Profecía de Nostradamus?

Para sellar la paz, se acordó la boda de la hija de Enrique, Isabel de Valois, con el ahora viudo Felipe II de España. Durante los festejos en París, se celebró un gran torneo de justas. El rey, un hombre atlético y aficionado a estos combates, insistió en participar. En una de las cargas, la lanza de su oponente, el conde de Montgomery, se partió, y una astilla se coló por la visera de su casco, atravesándole el ojo y alojándose en el cerebro. Tras diez días de terrible agonía, rodeado de los mejores médicos de Europa (incluido el célebre Ambrosio Paré), que incluso practicaron la herida en cabezas de decapitados para encontrar una cura, Enrique II murió.

Este hecho se hizo famoso porque, supuestamente, cumplía una de las profecías de Nostradamus, el famoso adivino que gozaba de la protección de Catalina de Médici. La profecía hablaba de un «león joven» que vencería a uno «más viejo» en el campo de batalla, «perforándole los ojos a través de una jaula de oro».

Francisco II: Un Reinado Efímero Bajo el Dominio de los Guisa

Con el rey muerto, el trono de Francia fue a parar a su hijo mayor, Francisco II, un adolescente enfermizo de 15 años. El joven rey estaba casado con la reina de Escocia, la famosa y católica ferviente María Estuardo, cuya madre era de la poderosa familia de los Guisa.

Esto permitió a los tíos de la reina, Francisco, duque de Guisa, el héroe de Calais, y Carlos, cardenal de Lorena, un hábil diplomático, hacerse con el control total del gobierno. Los Guisa, líderes del partido católico más intransigente, acapararon todo el poder, marginando de forma humillante a la reina madre Catalina de Médici y a las otras grandes familias nobles, los Borbones y los Montmorency. Sus políticas de austeridad y su feroz represión contra los protestantes generaron un descontento generalizado y unieron a sus enemigos en su contra.

La Conjura de Amboise: La Primera Chispa de la Guerra Civil

La respuesta no se hizo esperar. En marzo de 1560, un grupo de nobles hugonotes, liderados en la sombra por Luis de Borbón-Condé (hermano del rey de Navarra), organizó la Conjura de Amboise. Su plan era secuestrar al joven rey en el Castillo de Amboise, apartarlo de la perniciosa influencia de los Guisa y forzar una política de tolerancia religiosa.

El complot fue un fracaso estrepitoso. Mal organizado y traicionado, los conspiradores fueron descubiertos y masacrados sin piedad. La represión fue brutal, con cientos de ejecuciones sumarias, y los cuerpos de los conjurados fueron colgados de los muros y balcones del castillo como advertencia. Este episodio, aunque fallido, demostró que la oposición al poder de los Guisa estaba dispuesta a usar la fuerza y marcó el preludio de la guerra civil.

El joven Francisco II, que nunca había gozado de buena salud, murió en diciembre de 1560 debido a una infección de oído, tras apenas un año y medio de reinado.

Carlos IX y la Regencia de Catalina: El Intento de Concordia

El trono fue a parar a su hermano Carlos IX, que tenía solo diez añitos. Esto convirtió a su madre, Catalina de Médici, en la regente y gobernante de facto de Francia. Mujer inteligente y pragmática, forjada en las intrigas de la política italiana, el principal objetivo de Catalina fue preservar la autoridad de la corona y la supervivencia de la dinastía Valois, buscando una difícil política de concordia y equilibrio entre las facciones.

Intentó mediar entre católicos y protestantes en el Coloquio de Poissy (1561), pero las posturas teológicas eran irreconciliables. Sus intentos de tolerancia, plasmados en el Edicto de Saint-Germain, solo sirvieron para enfurecer a los católicos intransigentes, liderados por los Guisa, y para envalentonar a los hugonotes, que empezaron a exigir más y más, profanando iglesias católicas. La tensión era máxima, y solo faltaba una chispa para que todo estallara.

Esa chispa llegó en marzo de 1562 con la Masacre de Vassy, donde los hombres del duque de Guisa, de paso por la localidad, masacraron a un grupo de hugonotes que celebraban su culto en un granero. En respuesta, Luis de Borbón-Condé llamó a todos los protestantes a las armas. La guerra civil y religiosa, que duraría más de treinta años, había comenzado.

Las Guerras de Religión: Una Espiral de Violencia

Las Guerras de Religión de Francia fueron una serie de ocho conflictos que devastaron el país entre 1562 y 1598. Fueron guerras increíblemente complejas y brutales, donde las disputas religiosas se mezclaban con las ambiciones políticas de la nobleza, las revueltas populares y las constantes intervenciones de potencias extranjeras como la España católica de Felipe II y la Inglaterra protestante de Isabel I.

  • Primera Guerra (1562-1563): Los hugonotes se apoderan de importantes ciudades, pero el ejército real las va recuperando. En el conflicto mueren los dos principales líderes militares de la primera generación: el hugonote Antonio de Borbón y el católico Francisco de Guisa, asesinado por un protestante. Catalina de Médici negocia una paz frágil con el Edicto de Amboise, que concede una libertad de culto muy limitada.
  • Segunda Guerra (1567-1568): La tensión internacional y el paso de las tropas españolas del Duque de Alba cerca de Francia provocan el pánico entre los hugonotes. Luis Condé intenta un nuevo golpe de estado para capturar al rey, que fracasa. En la Batalla de Saint-Denis muere el anciano condestable Anne de Montmorency. La guerra termina con la Paz de Longjumeau, que básicamente confirma la paz anterior, pero nadie confía ya en nadie.
  • Tercera Guerra (1568-1570): La paz dura solo unos meses. En la Batalla de Jarnac, el líder hugonote Luis Condé es capturado y asesinado a sangre fría. El nuevo jefe militar de los protestantes es el experimentado y prestigioso almirante Gaspar de Coligny. A pesar de las derrotas, los hugonotes demuestran una increíble capacidad de resistencia. La guerra finaliza con la Paz de Saint-Germain, que concede a los protestantes importantes ventajas, incluyendo cuatro plazas fuertes bajo su control. Para sorpresa de todos, Coligny entra a formar parte del Consejo Real.

La Masacre de San Bartolomé: Una Noche de Sangre en París

La Paz de Saint-Germain abrió un periodo de aparente reconciliación. El almirante Coligny ganó una enorme influencia sobre el joven rey Carlos IX, desplazando a Catalina de Médici. Para sellar la paz, Catalina organizó el matrimonio de su hija Margarita de Valois (Margot) con el joven príncipe protestante y rey de Navarra, Enrique de Navarra.

La boda, celebrada en París en agosto de 1572, atrajo a la capital a toda la nobleza hugonote. Pero la tensión era palpable en una ciudad ferozmente católica. Coligny, además, planeaba arrastrar a Francia a una guerra contra la España católica en Flandes, algo a lo que Catalina y los Guisa se oponían frontalmente. Temiendo perder el control sobre su hijo y el reino, Catalina, probablemente en connivencia con los Guisa, ordenó un atentado contra el almirante.

El atentado fracasó: un arcabuzazo solo le hirió en un brazo. Los hugonotes, furiosos y sintiéndose traicionados, clamaron venganza y amenazaron directamente a la familia real. Presa del pánico, Catalina y sus consejeros convencieron a un débil y mentalmente inestable Carlos IX de que la única solución era un golpe preventivo: eliminar a todos los líderes hugonotes de una sola vez antes de que ellos actuaran.

La decisión desembocó en la infame Matanza de San Bartolomé, en la noche del 23 al 24 de agosto de 1572. Las campanas de una iglesia parisina dieron la señal, y las tropas reales, la guardia de los Guisa y las milicias católicas se lanzaron a una orgía de sangre. Coligny fue uno de los primeros en caer, su cuerpo defenestrado y mutilado por la turba. La masacre se extendió por toda Francia durante semanas, dejando un saldo de miles de muertos (quizás hasta 20.000).

La matanza fue un punto de no retorno. Aniquiló la posibilidad de una coexistencia pacífica y convirtió a los hugonotes en un movimiento revolucionario que ya no buscaba influir en el rey, sino combatirlo directamente, creando un «estado paralelo» en el sur de Francia. Enrique de Navarra salvó la vida abjurando de su fe y siendo retenido como un rehén de lujo en la corte.

La masacre atormentó a Carlos IX hasta su muerte. Acosado por las conspiraciones, como la de los «Descontentos», y con una salud cada vez más precaria, murió de pleuresía en mayo de 1574, dejando un reino más dividido y ensangrentado que nunca.

Enrique III: El Rey entre Dos Frentes

El último rey de la Dinastía Valois fue Enrique III, el hermano menor de los dos anteriores y el favorito de Catalina. Cuando le llegó la noticia, era rey de Polonia-Lituania, un trono electivo que había ganado un año antes. No se lo pensó dos veces y huyó de Cracovia para reclamar la corona de un país mucho más rico, pero infinitamente más caótico.

Enrique III era un personaje complejo y contradictorio: inteligente y refinado, pero también extravagante, indolente y propenso a la indecisión. Su reinado estuvo marcado por la continuación de las guerras y el surgimiento de una nueva y temible fuerza que desafiaría su propia autoridad.

La Liga Católica: El Desafío de los Guisa

Harto de la debilidad y las concesiones del rey a los hugonotes (especialmente tras el Edicto de Beaulieu de 1576, muy favorable a ellos), el partido católico intransigente se organizó en una formidable estructura político-militar: la Liga Católica. Financiada generosamente por la España de Felipe II y apoyada por el Papa, su líder indiscutible era el carismático, apuesto y ambicioso Enrique I de Guisa.

El objetivo declarado de la Liga era erradicar la herejía protestante de Francia, pero su propósito oculto era destronar a la «corrupta» y «afeminada» dinastía Valois y colocar a Enrique de Guisa en el trono. El rey Enrique III, atrapado entre los hugonotes y la Liga, intentó liderar esta última para controlarla, pero pronto se convirtió en un rehén de sus ambiciones, perdiendo el control de la situación.

La Guerra de los Tres Enriques: La Batalla Final por Francia

La crisis sucesoria que todos temían estalló en 1584 con la muerte del hermano menor y heredero del rey, Francisco de Anjou. Como Enrique III seguía sin tener hijos, la estricta ley sálica designaba como siguiente en la línea de sucesión a su primo lejano: Enrique de Navarra, el líder militar y político de los hugonotes.

La idea de un rey protestante era una abominación inaceptable para la Liga Católica, que propuso como heredero al anciano cardenal Carlos de Borbón. Esto dio comienzo a la octava y última Guerra de Religión, la más terrible de todas, conocida como la Guerra de los Tres Enriques (1585-1598).

  • Enrique III: El rey legítimo de Francia, con una autoridad cada vez más mermada, intentando desesperadamente sobrevivir entre los otros dos bandos.
  • Enrique de Guisa: Líder de la Liga Católica, apoyado por España, que controlaba gran parte del norte de Francia y gozaba de una inmensa popularidad en París, donde era más rey que el propio rey.
  • Enrique de Navarra: Heredero legítimo según la ley y líder de los hugonotes, apoyado por Inglaterra y los príncipes protestantes alemanes.

La guerra fue la más larga y sangrienta de todas. En 1588, durante el Día de las Barricadas, una insurrección popular en París dirigida por la Liga obligó al rey Enrique III a huir de su propia capital. Humillado y arrinconado, el rey, normalmente indeciso, tomó una decisión drástica y terrible.

Asesinatos y Venganza: El Fin de la Dinastía Valois

En diciembre de 1588, Enrique III convocó los Estados Generales en el Castillo de Blois. Allí, atrajo a Enrique de Guisa y a su hermano, el cardenal de Lorena, a una trampa y ordenó a su guardia personal que los asesinaran a sangre fría. Con este acto, creía haber decapitado a la Liga y recuperado el control, pero solo consiguió que la Liga Católica le declarara la guerra abierta y que media Francia, liderada por un París enardecido, se levantara en su contra.

Poco después, en enero de 1589, murió Catalina de Médici, la mujer que, con sus aciertos y sus terribles errores, había luchado durante treinta años por mantener a flote la monarquía de sus hijos.

Sin apoyos, al rey Enrique III no le quedó más remedio que hacer lo impensable: aliarse con el hereje Enrique de Navarra. Juntos, los dos reyes Enriques, el actual y el futuro, marcharon sobre París para reconquistar la capital.

Pero la venganza de la Liga llegó antes. El 1 de agosto de 1589, un fraile dominico fanático llamado Jacques Clément, convencido de estar ejecutando la voluntad de Dios, logró acceder al campamento real y apuñaló mortalmente a Enrique III. Antes de morir, el último rey de la Casa de Valois reconoció oficialmente a Enrique de Navarra como su legítimo sucesor, pidiéndole que se convirtiera al catolicismo para poder reinar.

Con su muerte, su primo Enrique de Borbón, el jefe de los hugonotes, se convirtió en el nuevo y discutido rey de Francia con el nombre de Enrique IV. Con él comenzaría la Dinastía de los Borbones, la casa que regiría Francia y, tiempo después, también España. Pero para poder reinar de verdad, aún tendría que conquistar su propio y dividido reino.

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