El Precámbrico y la formación de la Tierra

La siguiente historia tiene lugar entre hace 4.500 millones de años y 544 millones de años

En el Precámbrico toda la Tierra era lava. Esto fue debido a los cambios geológicos que se estaban produciendo debido a que la Tierra está formándose, está creciendo, madurando. No hay vida, ni plantas ni animales. Sólo es una masa incandescente a más de 1.000 grados centígrados.  

Todo cambió de golpe, y nunca mejor dicho, cuando un protoplaneta llamado Theia colisionó con nosotros. Según la Teoría del Gran Impacto, el golpe lanzó parte de la masa de nuestro planeta al espacio, que acabó orbitando alrededor nuestro y formando la Luna. De hecho, el nombre de Theia, o Tea, viene de una diosa griega de mismo nombre, que era la madre de la diosa lunar Selene. 

En aquella época, los cuerpos celestes chocando contra nosotros era lo normal. No existían los intermitentes. Pero todo tiene su lado positivo, porque Theia y los millones de meteoritos que cayeron tenían cosas tan molonas como agua y otros elementos. Gracias a esto la superficie de la lava se enfrió y se formaron cortezas terrestres. 

Estamos en el supereón Precámbrico. ¿Y qué es un supereón, os preguntaréis? ¿Tiene superpoderes? No, tanto los supereónes, eones, eras y periodos son divisiones de la escala temporal geológica. 

Pues este supereón Precámbrico es la primera y además la más larga etapa de la historia de la Tierra. Fijaos si es larga que dura en 88% de la historia del planeta. Son 4.000 millones de años, de 4.500 millones que tiene la Tierra. Es un montón. Eso es lo que estuvo nuestro bonito planeta que ahora vemos arbolado, con animalitos, super mono, hecho un desastre. 

Poco se sabe de este tiempo, pues la gran mayoría de las rocas están muy transformadas debido a los ciclos orogénicos. Oros, montaña en griego, génico, de génesis, origen. Los volcanes estallaban y creaban montañas, islas… protocontinentes de granito. Mientras tanto surgían mares verdes debido al hierro, y cielos rojizos por exceso de dióxido de carbono. 100 grados centígrados y con una presión capaz de espachurrarnos contra el suelo. 

Pero claro, gracias a este periodo tenemos cosas tan útiles como la litosfera (litos, piedra en griego, y sfera, esfera) la corteza exterior del manto que se divide en las placas tectónicas, la hidrosfera (océanos, mares, lagos…), o la atmosfera (atmos = vapor / ya sabéis, la capa de gases esa que rodea al planeta). Sin oxígeno estaríamos jodidos. 

Y esto se lo debemos a unas cosas llamadas cianobacterias, una especie de algas azules microscópicas, que hace 2.800 millones de años decidieron agruparse en conglomerados, como los medios de comunicación hoy en día, y formar estromatolitos (stroma =cama o alfombra / lito = piedra). Estas montañas de bacterias se alimentaban por fotosíntesis, es decir, pillaban luz solar y expulsaban oxígeno. ‘La gran oxidación’ como la llaman los científicos, ocurrió 300 millones de años después, al producirse un aumento a toda leche en la producción de oxígeno en todo el planeta. 

Hace 1.800 millones de años se formó la capa de ozono, que nos protege de la radiación solar, y después cambió el clima. Los movimientos tectónicos unieron todos los continentes en uno solo, llamado Rodinia, que en ruso significa Patria. Este desierto de roca no fue el primer supercontinente ni será el último. 

Ahora también había veranos e inviernos, y hasta épocas glaciares tremendamente duras. De hecho, uno de los periodos en los que se subdivide este eón es el Periodo Criogénico. Fue aquí donde, según la teoría de la Tierra Bola de Nieve, hubo una glaciación de la hostia que cubrió el planeta entero con una capa de hielo de más de 3 kilómetros. Pero por dentro la Tierra seguía siendo lava y se fue calentando y… por algún lado tenía que petar. Así que, algunos millones de años después, todo reventó otra vez, volvieron a salir volcanes, Rodinia se fue a tomar por saco, el hielo se derritió y esto lanzó muchísimo oxígeno a la atmósfera, lo que deberíamos agradecer mucho. 

Fue en los últimos milloncejos de años, en el eón Proterozoico, cuando la Tierra se fue calmando. Su corteza y su atmósfera se estabilizaron y comenzó la calma después de la tormenta. El oxígeno y el nitrógeno estaban muy de moda en el exterior gracias a esa ‘Gran Oxidación’, no como el metano o el amoniaco, que ya habían pasado de moda algunos millones de años atrás. Ahora, sin tanto terremoto, sin tectónica de placas, sin tanto volcán estallando, con aire más o menos limpio, la Tierra estaba preparada para albergar vida. 

Al principio microscópica, como bacterias y mierdas del estilo, pero poco a poco irían evolucionando hasta la gran variedad de especies que hay hoy en día. No se puede saber con exactitud cuándo empezó la vida. Realmente tampoco se sabe muy bien cómo ni por qué empezó. Lo seguro es que de pronto apareció una célula vida en algún lugar y que se fue reproduciendo con el paso del tiempo hasta dar lugar a grupos de células cada vez mayores que a su vez dieron lugar a organismos más complejos. 

Se han hallado algunos fósiles del precámbrico, pero muy pocos. Y es que al ser casi todo bacterias o bichillos, la mayoría blandurrios, pues no dejaban marcas en las rocas al morir. Porque los fósiles, por ejemplo, los de dinosaurios, no son huesos en sí. El hueso se hizo polvo al de algunos cientos de años. Si los huesos están enterrados, el hueso se descompone y queda un hueco. Ese hueco es rellenado con el paso del tiempo por mineral de calcio, entre otras mierdas, que se filtra a través de la tierra. 

El fin de este supereón precámbrico nos lleva al Eón Fanerozoico, un eón que dura hasta nuestros días. Es el 12% de la historia restante de la Tierra. Este eón se divide en tres eras: la era Paleozoica (donde va a haber peces, anfibios y reptiles), la era Mesozoica (gobernada por los dinosaurios), y la era Cenozoica (que es cuando los mamíferos heredan el planeta).