El Origen de las Letras y el Alfabeto Latino

Hacia el año 1370 a.C., el idioma más hablado en la región de Mesopotamia era el acadio. Sin embargo, un rey de Ugarit llamado Niqmaddu II decidió construir en la ciudad una gran biblioteca y atesorar en ella los textos más importantes relacionados con su religión e historia. Muy poco se salvó de aquella biblioteca, pero en ella encontraron la primera evidencia del idioma ugarítico, una lengua local que usó por primera vez un sistema gráfico tipo alfabético, con 31 letras representadas mediante signos cuneiformes. 

Parece que esto evolucionaría hasta el alfabeto fenicio, que abandonó el cuneiforme, porque para escribirlo en tablillas de arcilla bien, pero era raro para escribirse en papiro, que era lo que estaba de moda. Necesitaban algo más sencillo, para que cualquiera pudiese aprenderlo y poder hacer negocios. También hay evidencias en la península del Sinaí de un alfabeto adaptado del egipcio llamado el alfabeto protosinaítico, que también podría estar vinculado con el origen del fenicio. 

El alfabeto fenicio se escribía de derecha a izquierda, tenía 22 caracteres, cada uno representando un sonido, y sólo 1 de ellos era una vocal, la A. Parece ser que esta vocal no apareció hasta la época púnica. Este tipo de alfabetos sin vocales se llaman Abyades, y eso explica por qué el hebreo y el árabe no tienen vocales en sentido estricto, sino que se les añade puntos y mierdas para formarlas. Los griegos, que también adaptaron su idioma a este alfabeto, decidieron dejarse de tonterías y crear signos vocálicos, y de ahí saldría el etrusco y después nuestro alfabeto, el latino. Y también el cirílico. 

Para crear estas primeras letras las asociación a un fonema de una palabra común que comenzarse por tal sonido. 

A: A, considerado el sonido más natural de los humanos y que hasta los mudos pueden pronunciar, es probable que deba su representación gráfica al álef fenicio, que significaba “buey”. Su símbolo pudo comenzar siendo la cabeza de un buey que fue girando con el tiempo. Durante mucho tiempo circuló la teoría de que su origen estaba en los antiguos trípodes para sacar agua mientras la gente jadeaba. Luego daría origen a la Alfa griega, de donde saldría la mítica expresión bíblica de “el alfa y el omega”, el principio y el fin. 

B: El sonido B existe prácticamente en todas las culturas existentes, y seguro que pensáis que está relacionado con ovejas, cabras y corderos. Bet era casa, y se dibujaba como una especie de tienda de campaña o edificio básico. Daría origen a la Beta griega redondeando su forma. Sería durante el imperio romano cuando la b y la v acabarían confundiéndose en muchos lugares, y el nombre del emperador Nerua (Nerva) también podía ser visto escrito como Nerba. 

G y C: Las letras C y G están íntimamente ligadas. Parece ser que este signo de Gimel era un arma rollo honda o búmerang, y luego derivó en camello o dromedario, representando su joroba al parecer. Daría origen a la Gamma griega con la que se representaba el sonido g y la Kappa para el k. Los latinos juntaron estos dos sonidos en la C, no se sabe bien por qué. La cosa es que tenían tres kas (C, K, Q), pero ninguna letra específica para el sonido G. Y tiempo después, un tipo llamado Espurio Carvilio, para evitar liadas innecesarias, inventó la letra G actual solo para ese sonido. 

El pifostio fonético de estas dos letras perdura en castellano: la C puede ser k, z o che, sin contar las ces dobles, y la G la misma g o la j, con u o sin u. Además la C es S en ruso y en andaluz. Puta polifonía. Además, más tarde, los visigodos introducirían la C cedilla en Europa que el castellano acabó quitando durante la Edad Media.  

D: Nuestra querida D procede de un jeroglífico egipcio que significaba puerta. Primero como rectangular y luego triangular, pues así eran los trozos de piel de las puertas de las antiguas tiendas de campaña. La letra se llamaba Dalet. Otra teoría siguiere que proviene del ideograma de un pez del alfabeto protosinaítico. La forma triangular llegaría hasta formar la Delta griega. 

E: Un tipo rezando podría ser el origen de nuestra querida E. Hillul era admirar en jeroglífico egipcio. Otros dicen que el He semítico representaba una ventana. Sea como fuere, de ahí saldría la Épsilon griega, girada por la moda del bustrofedón (modo de escritura que alterna renglones de izquierda a derecha con derecha a izquierda), que sería nuestro sonido vocálico E, y que generalizó el latín. Eso sí, durante el medievo en Inglaterra ocurrió el Gran Desplazamiento Vocálico, fruto de migraciones y confluencias de muchos dialectos, y eso acabó haciendo que los ingleses pronuncien las vocales como cambiadas.  

F, U, V, Y, W: En los tiempos protosinaíticos, Wau era un sonido que representaba una especie de maza, cuya forma redondeada iría abriéndose hasta dar lugar a la Y griega, la ípsilon. 

La F evolucionó de aquí y los griegos crearon la Digamma, que sonaba como una w, y los romanos le dieron su sonido actual, pero estuvo durante mucho tiempo, hasta casi el siglo XIX, eclipsada por el dígrafo ph que provenía de la griega Fi, que se quedó sin representación.

La V también viene de este signo Wau, aunque no apareció hasta el latín. La U, por su parte, apareció por el siglo cuarto en el alfabeto latino. Era una variante de la V y a veces se convertía en una vocal. Mucho más tarde ya se diferenciaron: V para consonante y U para vocal. 

Y llegamos a la W, que tiene origen germánico, visigodo. O quizás fuesen los mismos latinos quienes decidieran crear una nueva letra para el sonido w, que no conocían pero que sí usaban estos pueblos del norte. Al castellano llegó porque muchos eruditos del siglo XVII veían imposible traducir los nombres de reyes y lugares de historias del pueblo germánico. Y es que incluso ahora es un poco lioso las traslaciones de la W extranjera a nuestra pronunciación: puede ser una v o b, como Wagner o vater, y también una gu o u, como Washington. 

H: El origen de esta letra está en el het (pronunciación inglesa) egipcio, que significaba verja, valla o muro. En el prosinaítico, en cambio, parecía más una trenza. En Grecia dio lugar a la Eta griega. Sin embargo, en Etruria y en las colonias griegas occidentales mantuvo esa jota suave, y de ahí pasó al latín y de ahí a nuestros días. 

La gran pregunta es: ¿Por qué cojones en castellano tenemos hache si no tiene ningún sonido? Más que nada por tradición, ya que hace siglos sí que tenía, y aún nos han quedado reminiscencias como Sáhara. Los romanos también se enfrentaron a este problema: ¿Quitarla o no quitarla? Era raro, como una aspiración. ¿Era realmente un sonido, un ruido? La gente dejó de usarla, pero en Roma, como en todas partes, había peña erudita a la que le iba el postureo y la ponía en todas partes. Eso hizo que perviviera hasta hoy en día. 

I, J: Al igual que la C y la G, la I y la J son primas hermanas. Todo empieza, como no, en Fenicia, con la letra Yod. Se cree que representaba una mano. Esta letra derivó en la letra griega Iota, un palote, sin punto y vocal. El sonido ye pasó a la letra Ípsilon, que los romanos tardaron bastante en incluir y la llamaron Y griega.  

El puntito de la i apareció cuando comenzó a usar la cursiva en las lenguas romances, que se confundía con las ues y dijeron, “pos venga, un puntico para diferenciarla”.

Nunca hubo un sonido J en los alfabetos antiguos, por lo que no es raro que la J fue la última letra en añadirse al alfabeto latino. Fue en el siglo XVI, de la mano del humanista francés Pierre de la Ramée, y luego se popularizó por las imprentas holandesas. Su nombre, como es evidente, procede de la Iota. Si escuchas la expresión “no ver ni jota”, ya sabes por qué es. Luego acabaron liándola con las ges y las equis, como México, aunque esto último ya se arregló. Lo de las ges… no.  

X: La X representa la incógnita. Y esto es cosa de los matemáticos árabes, que la usaban como eso. Pero su origen también es bastante incógnito. Se cree que vendría del símbolo del pilar Dyed egipcio. En Grecia acabó derivando en dos símbolos, de las letras Xi y Ji, y como ya he dicho, los latinos comenzaron el lío que derivó en la pronunciación clásica de X como J en algunos casos. 

K: La verdad es que aquí, menos en el euskera, la K ha sido la letra paria por excelencia de nuestro alfabeto. Era una letra repetida que no servía para nada. Proviene de la semítica Kaf, que era la palma de una mano. Esta a su vez pudo venir del jeroglífico egipcio de una mano, aunque su sonido era otro. Los griegos cogieron este sonido K para su letra Kappa. En el latín apenas la usaron, ya que prefirieron la letra C. Pero de nuevo, fue el postureo vintage lo que hizo que la K tuviese algo de fama en el medievo. Pero a K mola, sobre todo para traducciones al japonés o alemán.

L: Nuestra L viene de la palabra Lamed del alfabeto fenicio, que significa cayado, bastón. El signo se tomó del protosinaítico y fue adaptado al griego con la letra Lambda, que acabó siendo un triángulo. Luego el latín recuperó la forma que conocemos. 

M: Mo era la palabra egipcia para designar el agua, mientras que useh era salvar. De ahí viene el nombre de Moisés, el salvado de las aguas. Pues bien, el origen de esta letra tiene lugar en el país de las pirámides. El jeroglífico de agua es bastante evidente. Luego el alfabeto fenicio lo adoptó para su ondulante mem, su palabra para agua. Y no sólo Moisés debe su nombre al agua, también Madrid. Sí, al parecer la capital española fue construida sobre canales subterráneos de agua, que aprovisionaban a la ciudad, por lo que los árabes la llamaron “Tierra rica en agua”, es decir, Mairyt. Después, los griegos se hicieron con la M fenicia para su Mi griega. 

N: Mientras que unos consideran al signo precursos de la n como una variante corta de la M, también pudo haber sido representada como una serpiente o una anguila. Nun era serpiente en fenicio, y la letra se llamó Ny en griego. Apenas ha cambiado desde entonces. 

O: Mientras que en las tradiciones árabes e indias el círculo fue un símbolo de la nada, representando al número cero, esto no fue así en el mundo grecolatino. Al menos hasta que adoptamos la numeración árabe. Pero la historia de la letra o comenzó cuando los fenicios recogieron el jeroglífico egipcio que representaba un ojo y lo simplificaron. ‘ayin era el nombre de esa letra, ojo, con un sonido que acabó dejándose de usar para convertirse en vocal. Este signo dio origen a las dos oes del alfabeto griego: Omega, o larga; y la Ómicron, la o corta. Los romanos eliminaron esta distinción. Se quedaron con la O redondita pero aún seguían sin tener número cero. 

Finalmente, como curiosidad, la O acabó siendo, en la tradición irlandesa, una letra que indicaba en los apellidos “hijo de”, como O’Connor, O’Brian etc. 

Q: Un mono. Eso era lo que representaba un antiguo jeroglífico que acabó siendo adaptado por los fenicios como la letra Qof, un chupachups. Los griegos harían con ella la Qoppa. Durante la época romana querían suprimirla, pues ya tenían la C, pero no tuvieron huevos. 

P y R: Y hablando de cabezas, la R también deriva de una cabeza, pero esta vez humana. Res era cabeza en fenicio y redujeron la cabeza egipcia a una especie de P invertida. Los griegos con la ya mencionada técnica del bustrófedon la giró horizontalmente y apareció la letra Rho. Los romanos vieron a esta letra problemática, pues representaba tanto el sonido p como el r. No sería hasta el siglo tercero cuando decidieron crear una letra nueva añadiendo a esa P una rayita. 

Por otro lado, el sonido p entre los antiguos era una boca, pe. Este signo llegaría a Grecia y se convertiría en el Pi que conocemos por las mates. Durante el siglo XIX se barajó para la doble rr castellana hacer una especie de ñerre, pero no terminó de cuajar. Pero algo que si nos quedó de los griegos es la letra Psi, que daría origen a palabras como Psique o Psicología. 

S: El origen de la S es algo desconcertante. Parece ser que su forma viene del antiguo jeroglífico egipcio de un lago lleno de juncos. De ahí, los protosinaíticos y fenicios quitaron mierda y lo dejaron en una especie de W mal hecha. Con el tiempo acabaría girando hasta originar la Sigma griega.

T: Aunque en su forma primitiva tenga forma de X o de cruz, este signo acabaría dando lugar a la T que conocemos a través de la Tau griega. También hubo en Grecia una letra llamada Theta, que era una t aspirada y su signo proviene del dibujo de una rueda. 

Z: Y llegamos al final, la Z. Su origen podría estar en el jeroglífico de un arma rollo hoz o en una especie de carro. En el fenicio y etrusco acabó siendo una I pero los griegos le dieron su forma famosa con la Dseta. No fue muy usada por los romanos y la desplazaron para poner como última letra de su alfabeto a la X.