La Mitología Romana
Las creencias religiosas romanas más antiguas eran un conjunto de primitivos rituales y dioses o espíritus que copulaban entre ellos y ayudaban en las tareas cotidianas de sus gentes, pero apenas tenían relatos y aventuras como sí tenía la mitología griega. Estos dioses autóctonos son conocidos como los Indigetes, los indígenas.
Entre ellas tenemos al dios supremo Júpiter. A Ops, diosa de la fertilidad de origen sabino. A Jano, dios de las puertas, de los comienzos, dio nombre al mes Ianuarios, nuestro enero, y a la colina del Janículo. Sus hijos eran Fontus, dios de las fuentes y cascadas, y el propio río Tíber. Quirino también es importante, el posible dios protector sabino que dio nombre a la colina del Quirinal, parece que bastante amigo del dios de la guerra Marte.
También destacan el dios del inframundo Dis Pater, la diosa del hogar Vesta, la protectora del cultivo que brota Ceres, la diosa de la fruta y la huerta Pomona, el dios de los bosques Silvano, el dios de las fronteras y de las lindes de propiedad privada Terminus, la diosa de la fertilidad Orbona, la diosa de la salud Cardea, el dios pastor y oráculo Fauno o el dios de las tormentas etrusco Summanus.
Cuando el mundo romano entró en contacto con la cultura griega, probablemente a través de los etruscos, estos dijeron: “Coño, estas historias molan mogollón, nos las quedamos”. Y comenzaron a fundir sus dioses con los de sus vecinos, y muchos sufrieron un cambio de nombre y a veces de rol. Estos son los llamados Novensides. Lógicamente, fue un proceso mucho más complejo y con matices, pero simplificándolo mucho…
Zeus fue asociado a Júpiter. Su padre Cronos pasó a ser Saturno. Su esposa Rea acabaría fusionada con Ops u Opis. Hera ahora era Juno. El dios de la guerra Ares paso a ser Marte. Poseidón ahora era Neptuno, Afrodita era Venus, Atenea era Minerva, Diana era Artemisa, Vulcano era Hefesto, Heracles era Hércules…
Toda esta transición se pierde en las tinieblas de aquellos tiempos. También muchos romanos reclamaban esos dioses como suyos, pues hay que recordar que según el relato de la Eneida de Virgilio, el héroe Eneas que luchó en Troya en el lado de Príamo acabó huyendo con su hijo Ascanio y, tras muchas aventuras, como su romance con la reina Dido de Cartago, acabó estableciéndose en Lavinio, a pocos kilómetros de Roma. El nombre se lo pone por su esposa Lavinia, hija del rey Latino de aquella región.
Ascanio fundó Alba Longa y sus descendientes gobernaron esa ciudad. Uno de estos reyes fue Numitor, pero su hermano Amulio le encerró y se hizo con el poder. Mató a sus hijos y a su hija, Rea Silvia, la obligó a convertirse en una vestal, una sacerdotisa virgen que se ocupaba de mantener la llama a la diosa Vesta siempre encendida. Pero Marte decidió ayudarla, se la tiró y de ahí saldrían Rómulo y Remo. Amulio les tiró al Tíber y estos acabaron siendo amamantados por Luperca la loba.
Cuando crecieron destronaron a Amulio para que su abuelo Numitor recuperara el trono, y estos decidieron fundar una nueva ciudad alrededor del año 753 a.C., Roma. Hubo movida cuando tuvieron que decidir quien era el rey. Al final los dioses designaron a Rómulo y este trazó el Pomerium, los límites de la ciudad, y dijo que mataría a todos los que lo cruzaran. Y Remo, en un afán de tocar las pelotas lo cruzó y acabó muerto a manos de su hermano.
Sería el segundo rey de Roma, Numa Pompilio, el encargado de ordenar este caos de dioses con la ayuda de la ninfa Egeria. Se cuenta que un día un ancila, un escudo protector de Marte, cayó del cielo durante un periodo de peste. Este escudo sería guardado en el Templo de Marte junto a otras once copias perfectas, por si alguien quería robarlos. También levantó el Templo de las Vestales, donde estaba la llama de Vesta. Ya conté mucho de este primer periodo de Roma en otro episodio, así que dejamos a los reyes y seguimos con dioses.
El Estado y la religión estaban muy unidos. Había un culto privado, cada uno podía adorar a sus dioses particulares, y también un culto público. En este culto público sobresalía la Tríada Capitolina, es decir, Júpiter, Juno y Minerva. Marte también era muy popular entre las clases poderosas, aunque entre los plebeyos triunfaba más la Triada de Ceres, Libera y Líber, un predecesor de Baco, dios del vino. Incluso los propios emperadores serían venerados como dioses en el llamado Culto Imperial.
Los pontífices al principio eran unos tíos que cuidaban el puente sobre el Tíber, de ahí su nombre, pero luego pasaron a ser sacerdotes. El jefe de todos ellos era el Póntifex Máximus, que ahora designa a nuestro Papa. Estos no eran los únicos sacerdotes de Roma. También destacan los Flamines, quienes encendían el fuego sagrado a su dios correspondiente, y los adivinos o Augures, quienes buscaban auspicios sobre el futuro en las tripas de animales o en el vuelo de los pájaros.
En general los romanos fueron relativamente tolerantes con las religiones de su alrededor, y hasta tomaron prestados muchos dioses como hemos podido comprobar. Por ejemplo de Frigia llevaron a Roma a la diosa Cibeles, de Egipto exportaron a Isis y de Persia a Mitra, una especie de dios solar al que había que sacrificar toros, que es importante aunque nunca formó parte del panteón oficial. Al ser un culto mistérico, era una religión personal y muchas veces hasta secreta.
Este último dios comenzó a hacerse muy popular entre las legiones afincadas en Siria o Mesopotamia, y en la época del emperador Adriano este culto llegó a Roma. Incluso a la India, pero eso es otra historia. Hay una teoría curiosa que dice que este mitraismo fue usado por los poderes romanos como un instrumento de cohesión entre los soldados de diferentes nacionalidades, pues este culto estaba basado en autoridad y jerarquía. Lo que más falta le hacía al imperio, vamos. Al final, muchos de los dioses orientales romanos como Mitra, Sol o El-Gabal, introducidos estos dos últimos desde Siria por el emperador Heliogábalo, se unieron en uno solo: el Deus Sol Invictus.
Sin embargo, fue el cristianismo la religión que comenzó a poner nerviosos a los sectores más conservadores de Roma. Y es que mientras que los dioses romanos estaban para hacer favores eventualmente a la gente, el dios cristiano prometía un paraíso eterno donde todos eran iguales. Todos los intentos de represión acabaron generando más adeptos hasta que Constantino I dejó de perseguirles y Teodosio I convirtió al cristianismo en la religión oficial del Imperio en el 380 con el Edicto de Tesalónica.
Un elemento importantísimo en las prácticas religiosas romanas era el calendario. Los romanos median su tiempo en base a la fundación de Roma o también en base al comienzo de la era republicana. El primer calendario romano se atribuye a Rómulo, y comprendía 10 meses lunares, de marzo a diciembre, y no tenían días fijos ni numerados. Enero y febrero no existían y era como una especie de tiempo muerto, y sería Numa Pompilio quien los nombrara oficialmente. En total, 355 días. Faltan 10, ¿verdad?
Este desfase dio muchos quebraderos de cabeza a los romanos durante mucho tiempo, hasta que llegó Julio César y en el año 45 a.C. promulgó el Calendario Juliano. Ahora los años tendrían 365 días y cada cuatro años se añadiría un día más en febrero (bis sextum). Sin embargo, un pequeño desfase pervivió durante toda la Edad Media hasta el año 1582, cuando el Papa Gregorio XIII promulgó el Calendario Gregoriano, mucho más preciso, que es el que tenemos ahora.
Como podemos ver, los seis primeros meses tenían nombres de dioses. Luego los demás tenían su nombre de número ordinal. Quinto, Sexto, Séptimo… Tras la reforma de Julio César, sus partidarios llamaron al quinto mes Julius; y Augusto nombró al sexto Augustus, de ahí que ahora se llamen julio y agosto. Sin embargo, no sería hasta el año 321 cuando Constantino I instauraría la semana de 7 días como la conocemos ahora, basada en el calendario lunar mesopotámico. Y además puso el domingo como día de descanso.
Los romanos tenían muchas fiestas dedicadas a estos dioses. Podemos destacar las Lupercales (15 de febrero), posiblemente en honor a Fauno, ya que se dice que fue este dios quien tomó la forma de Luperca y cuidó de Rómulo y Remo. Lo cierto es que en la fiesta se azotaban a mujeres porque parece que ganaban fertilidad y se purificaban. Por el año 500 sería reemplazada por algo más bonito: San Valentín.
Además estaban las fiestas del vino, como las Vinalias (23 de abril y 19 de agosto) en honor a Venus, y los Bacanales en honor a Baco. Sin embargo, esta última solía hacerse a escondidas, en reuniones secretas, y había crímenes, violaciones, conspiraciones… en fin, que intentaron acabar con ellas.
La Saturnalia o Saturnales eran unas celebraciones de corte agrario dedicadas al dios Saturno entre los días 17 y 23 de diciembre. Se dejaba de sembrar, se hacían regalos y banquetes públicos y los esclavos podían ser un poco más libres. Se acabaría trasladando a febrero y reconvertida en lo que ahora llamamos Carnavales.
Parece que fue el emperador Aureliano el gran impulsor del culto al Sol Invictus en Roma, buscando una especie de supremacía de este dios sobre el resto. De hecho, se comenzó a celebrar el nacimiento de este dios el 25 de diciembre. Era el Solsticio de Invierno y lo que en realidad celebraban era que a partir de aquí los días eran más largos, el renacimiento del sol. Como ya he explicado en anteriores vídeos, esta celebración acabaría siendo sustituida por la Navidad, el nacimiento de Jesús, para ayudar a la conversión.
Para los cristianos ortodoxos, la fecha del nacimiento de Jesús, o Fiesta de la Epifanía, es el 6 de enero. Al parecer es debido a que ellos siguieron usando el calendario juliano en vez del gregoriano. Nosotros usamos esa fecha para la celebración del día de los Reyes Magos.
En fin, que en los últimos años del Imperio romano se vivió una especie de guerra fría religiosa entre el mitraismo y el cristianismo. Algunos emperadores como Aureliano o Constantino parece que querían implantar un monoteísmo en el Imperio, lo cual era muy jodido, pero lo intentaron.