Jueces y Reyes: Josué, Gedeón, Sansón, Saúl, David y Salomón

ISRAEL Y LA BIBLIA 2: JUECES Y REYES DEL PUEBLO DE ISRAEL

*LA CONQUISTA DE CANAÁN

Las trompetas de cuerno de cordero, las llamadas Shofarim, sonaban alrededor de la ciudad amurallada de Jericó, la primera ciudad cananea que Josué fue a conquistar tras atravesar el río Jordán. Durante seis días estuvieron dando la tabarra con las cornetas alrededor de las murallas, que al séptimo día comenzaron a resquebrajarse a base de gritos y todos los habitantes de la ciudad murieron, incluyendo mujeres y niños. Solo se salvó una putilla llamada Rahab y su familia, por haber ayudado a los espías israelitas.

La siguiente ciudad era Hai, pero las tropas de Josué fueron derrotadas por culpa de Acán, un israelita que se había apropiado de joyas que Dios había dicho que tenían que ser destruidas. Este mentecato fue lapidado junto a su familia y Josué pudo tomar finalmente la ciudad cananea.

Los israelitas siguieron sitiando una a una las ciudades de los cananeos, de amorreos y hasta de los hititas del norte. Los habitantes de la ciudad de Gabaón estaban acojonados por los rumores: el mar rojo se había abierto, el Jordán secado a su paso, las murallas de Jericó habían caído a gritos… Por eso decidieron ir al campamento de Josué, en Gilgal, con las ropas más viejas que tuviesen e ir de pobrecitos pobladores de una lejana tierra. Josué hizo un pacto con ellos para no matarles, aunque más tarde se enteró del engaño. No les mató porque romper promesas era algo muy malo, y encima les defendió de una coalición de reyes amorreos dirigidos por Adonisedec que se habían enterado de su pacto y se había picado mazo. Según la Biblia, Josué pidió a Dios que detuviese el sol para poder seguir luchando unas horas más y vencerles definitivamente. Y eso hizo. Fue el día más largo que ha tenido la humanidad.

Una vez con casi todo Canaán conquistado, el territorio fue dividido en doce provincias con el nombre de las doce tribus de Israel. Dejaron la vida nómada, empezaron a plantar y comenzaron a hacerse chalets de adobe. El Tabernáculo y el Arca de la Alianza se quedaron el Silo, la primera capital de Israel. Esta gente constituyó una especie de Confederación de pueblos, pero bastante independientes entre sí. Las jefaturas eran ejercidas por los más ancianos, y también establecieron en todo el territorio la Gran Asamblea de Siquem, para tratar asuntos entre todos. Esto era muy importante, teniendo en cuenta que era el año 1200 a.C. Efectivamente, esa fecha significa la invasión de los Pueblos del Mar. Uno de estos pueblos, los Peleset, mejor conocidos como los Filisteos, decidieron asentarse en las costas de Canaán, fundado diversas ciudades como Gaza, Ekron, Ascalón, Asdod o Gat. Además aún quedaba mucho Canaán por conquistar.

Ante estas amenazas, las tribus se vieron en la obligación de unirse temporalmente en torno a los Jueces, jefes guerreros carismáticos que se nombraban cuando aparecía un problema importante.

*LOS JUECES (1200-1050 a.C.)

Otoniel fue el primero de estos jueces, y a su muerte los Israelitas se acomodaron demasiado. Comenzaron a pecar y Dios decidió tocarles un poco los cojones. Eglón, rey de Moab, se alió con los amalecitas y los amonitas, y esclavizaron a los israelitas durante casi veinte años. El juez Aod fue a la corte para pagarle tributos, pero llevaba escondida una daga y con ella se cargó al rey para después liberar a los israelitas, con quien mató a más de 10.000 moabitas.

Los filisteos serían el principal rival para los siguientes jueces, como Samgar. No todos los jueces fueron hombres, la profetisa Débora también alcanzó este rango. Además de todo también era jueza en el sentido actual de la palabra. El pasaje más antiguo de poesía hebrea se lo debemos a La Canción de Débora, que narra sus hazañas de luchas contra cananeos y filisteos, como su lucha contra el último rey cananeo en morir, Jabín, rey de Hazor. En una lucha, su comandante Sísara fue muerto a manos de una israelita llamada Jael, clavándole un cincel en la cabeza mientras dormía.

Pero el mayor de estos jueces fue Gedeón, cuyo nombre en hebreo significa literalmente “destructor”. Se metió de leches contra los Madianitas, descendientes de Madián, cuarto hijo de Abraham, que habían llegado porque los israelitas volvían a engañar a Yahvé. No aprendían estos muchachos. Dios le dijo a Gedeón que fuese a liberarles y el juez pidió señales, como la de solo mojar con el rocío un vellocino puesto en el suelo, dejando la tierra de alrededor seca durante la noche. Y después al revés. Al final Gedeón, ya convencido, fue a liberar al pueblo de las tribus nómadas que se habían arrejuntao en tres ejércitos bastante tochos. Dios le dijo a Gedeón que sólo podría llevar a 300 hombres. No hizo falta mucha lucha, porque fueron de noche y rodearon el campamento. Una vez en posición tocaron las trompetas y sacaron antorchas y los soldados enemigos, entre confusión y nerviosismo, comenzaron a matarse entre ellos.

Las cabezas de los jefes enemigos, Oreb y Zeeb, acabaron saltando por los aires como en una película de Tarantino. Los israelitas liberados quisieron que Gedeón fuese rey, pero este declinó. Decidió llevar una vida tranquila, pacífica y llena de sexo con sus esposas. Se dice que llegó a tener setenta hijos el tío, menos mal que no tenía que pagarles la universidad. Sacarte la carrera de historia en esta época tenía que ser muy fácil, sólo habría cuatro páginas.

Bueno, siguiendo con los hijos, Abimelec fue uno de los hijos de Gedeón, el único que tuvo con una concubina. Puede que fruto de esta mancha familiar, el chaval fue matando a todos su hermanos para convertirse en juez con la ayuda de mercenarios. Para impedirlo, la gente de Siquem fue a por él, pero Abimelec acabó destrozando su ciudad. Consiguió convertirse en juez al acabar con todos sus hermanos, pero mientras tomaba la ciudad de Tebés, una mujer le tiró desde una torre una piedraca que le partió el cráneo al hijo cabrón, y murió.

Le sucedieron otros jueces como Tola, Jair y Jefté. Durante el tiempo de este último los israelitas estaban otra vez adorando a Baal y a Astarot, así que dios mandó más filisteos y amonitas. Jefté era un hijo de puta en ambos sentidos, que había creado una banda de delincuentes, pero tan grande que la gente de Galaad le pidió que fuese su comandante y gobernante. Y este acabó aceptando y dio de leches a los amonitas.

Ibzán, Elón y Abdón le sucedieron, pero entonces llegó el famoso Sansón. Sansón nació con un pelazo que pa qué, y su madre le dijo que no se lo cortara nunca, que era lo que le hacía especial. En realidad le daba superpoderes, una fuerza sobrehumana, pero el tipo era un imbécil redomado. En aquella época, parte de las doce tribus estaban en manos de los filisteos, y Sansón se enamoró de una. De camino a la boda pues lo típico, apareció un león y se lo cargó con las manos. Más tarde intentó estafar a amigos de la familia filistea de la novia con un acertijo mierder, y claro, aquí empieza una escalada de violencia y venganzas entre esta gente que acabó con los filisteos quemando a su mujer. A Sansón se le fue la olla y rompió cráneos como nunca. Le capturaron, pero se liberó, y con una quijada de burro se cargó a mil filisteos más.

No le quedó más remedio que huir al valle de Sorec mientras era perseguido por sus enemigos. Allí se enamoró de una mujer filistea llamada Dalila. Los filisteos querían saber el secreto de su fuerza, así que contactaron con esta chica para que lo averiguase por ellos. Dalila se lo pregunta y Sansón le miente varias veces, pero acaba confesando que su pelazo es la clave. Mientras duerme se lo cortaron, le capturaron y le sacaron los ojos. Fue esclavizado pero su pelo poco a poco creció. Un día, los filisteos fueron a un templo de Gaza a ofrecer un sacrificio a Dagon para agradecer la captura de Sansón junto con más de 3.000 personas. Sansón saca las últimas fuerzas gracias a Yahvé y destruye las columnas del templo, derrumbándolo y cargándose a muchísima gente, él incluido.

Pero a ver, no toda esta época fue como Juego de Tronos, hubo historias en la Biblia mucho más positivistas, como el Libro de Rut, una mujer moabita de cuya descendencia saldría David, segundo rey de Israel, y por ende, Jesucristo. Este relato sirve para demostrar que no hace falta ser israelita para salvar tu alma, lo que importa es ser bueno y tener fe. Esto es importante teniendo en cuenta que había un sector de los israelitas que buscaba mantener la raza pura y no mezclarse con otros pueblos. Este relato empieza con Elimelec, su mujer, Noemí, y sus dos hijos emigrando al Moab, huyendo de la hambruna. Una vez allí sus hijos se casan con Orpa y Rut. Elimelec había muerto y los hijos corren la misma suerte, así que Noemí y su nuera Rut viajan a Belén, de donde salieron, y allí inician una nueva vida. Rut se casa con un pariente (goel) de Elimelec, Booz, por el tema del levirato y de ahí nació Obed, el abuelo de David, y Rut se convierte en judía.

*EL REINO UNIDO DE ISRAEL (1050-928 a.C.)

Las doce tribus eran un desastre. Lo de los jueces fue bien durante un tiempo, pero seguían una organización de ciudades estado mientras que alrededor de ellos comenzaban a nacer naciones organizadas por monarquías. Por un lado estaban los egipcios y los filisteos, que habían robado el Arca (batalla de Afec), luego estaban los pequeños reinos de Edom, Moab y Amón. Y al norte el Reino Sirio-Arameo. El peligro que suponían estos estados les obligó a unirse todos en una piña, en un estado unido llamado Israel, del que saldría un monarca para gobernarlos a todos.

Fue el primero de los profetas y el último de los jueces, Samuel, de la tribu de Leví, quien eligió a este primer monarca: Saúl (1030-1010 a.C.). Este valiente rey combatió contra filisteos, amonitas y moabitas y ganó muchísimas batallas. Entonces estableció la capital del reino en Jabes de Galaad, cuyos habitantes habían sido amenazados por los extranjeros. Pero al rey pronto se le subiría el poder a la cabeza. Y donde la cagó definitivamente fue en la Batalla de Michmash. Antes de esta batalla tenían que esperar a Samuel para que realizara un sacrificio a Dios, pero como no llegaba lo hizo el mismo Saúl. Pero él no podía, no era levita, y para Yahvé fue un feo muy gordo. Este y otros errores y desobediencias hizo que Samuel buscase un sustituto. El profeta viajó hasta la región de Judá, concretamente a Belén, donde hizo ungir un nuevo rey, David, un pastor que marchó a la corte de Saúl como arpista con la promesa de ser él el Rey de Israel cuando Saúl muriese.

Poco a poco, el pequeño David se fue ganando el respeto de la gente de la corte de Saúl. Y lo petó pero muy muy fuerte cuando él solito se enfrentó a un filisteo gigantesco llamado Goliat en el valle de Elah, a quien batió con sólo una honda. Saúl estaba celoso, ya que el pueblo admiraba al chaval. Incluso sus hijos, Jonatán y Mical adoraban al joven y se hicieron muy amigos, y hasta acabó casándose con esta última. Por esto y otras cosas, Saúl trató de matarle. Sin embargo, Jonatán y Mical le protegieron y David huyó al desierto con 200 guerreros fieles, al que fueron uniéndose más peña contraria a Saúl. Después conoció a Abigail, la salvó de su malhumorado esposo, se casó con ella, la secuestraron los amalecitas, los venció y la rescató. Más tarde acabó bajo la protección del rey filisteo Aquis de Gat, enemigo de Israel.

Saúl estaba colérico y desesperado, tanto que invocó al espíritu de Samuel a través de la Bruja de Endor. El espectro le dijo al rey que iba a perder la próxima batalla, y así fue. Tras la batalla del monte Gilboa (1010 a.C.) Saúl fue herido y acabó suicidándose. También murieron tres de sus hijos, entre ellos Jonatán. Tras esto, David fue a la ciudad de Hebrón para ser nombrado rey de Judá, pero como las tribus del norte no le querían de rey, nombraron a Isboset, otro hijo de Saúl, como rey de Galaad. Con esto el reino se divide y ambos reinos, Judá en el sur, e Israel en el norte, entran en guerra por la soberanía de la región. Dos seguidores de David se lo cargaron y cuando se lo contaron a David esperando una recompensa este les mató por gilipollas.

Para ganarse la confianza de todas las tribus puso de capital otra ciudad más neutral, que fue Jebús, aunque primero tuvo que arrebatársela a los jebuseos, algo que nadie había conseguido antes. Más tarde, esta ciudad pasaría a llamarse Jerusalén. Allí se hizo un palacio y en un tabernáculo instaló el Arca de la Alianza. Esta había sido secuestrada por los filisteos en la época de los jueces, pero les había traído maldiciones, así que la devolvieron. Unos israelitas la encontraron y miraron dentro, y murieron unos setenta así que la escondieron en una casa. Finalmente David la recuperó para que estuviera junto a su palacio.

Además de eso conquistó el Reino de Aram, Edom y Moab, a los filisteos los derrotó definitivamente y ya prácticamente no quedaban cananeos. El Rey Hiram de Tiro, la capital de Fenicia, se puso de su lado y, para hacerle la pelota, le suministró gran cantidad de madera y constructores. Además en estos años, surgió de mano de los fenicios el alfabeto fenicio, consonántico y con solo 22 caracteres. De aquí saldrá el alfabeto arameo, que se convertiría en el idioma franco en la zona, y de este arameo saldrían el alfabeto árabe y hebreo. También del fenicio saldría el alfabeto griego, y de este el latino, el cirílico y el copto. Por otro lado, también exportaron nuevos cultos paganos a Israel, como los ya conocidos Baal, Astarté y Moloc, y otros como Baalat, Eshmun, Mekart o Anat.  

A partir del año 1010 a.C. David tomó las riendas del Reino de Israel. Durante mucho tiempo se pensó que el reinado de David era pura invención, pero gracias a la Estela de Tel Dan y a la de Mesha se han encontrado indicios de una dinastía de origen hebreo que era conocida como “Casa de David”.

David quería construir un gran templo a Yahvé, pero el profeta Natán le dijo que Dios le había dicho que su construcción debía esperar una generación, ya que se habían cometido demasiados crímenes. Eso sí, también le dijo que La Casa de David nunca se extinguiría. Sin embargo, David acabó pecando. Se enamoró de Betsabé, la hermosa esposa de un soldado hitita llamado Urías, que ayudaba a los israelitas con la toma de Rabbah contra los amonitas. La dejó embarazada y, como el adulterio estaba castigado con pena de muerte, intentó hacer parecer que el hijo era del soldado. Le sacó de la batalla y le hizo dormir con su mujer, pero el soldado tenía honor y prefería seguir en la batalla con sus compañeros. David cambió la estrategia y puso a este soldado en la zona más jodida de la batalla, para que muriese, y murió. Pero a Dios no pudo engañarle y el profeta le dijo que su hijo moriría siete días después de nacer. Y así fue. David se puso mustio, escribió algunos salmos de arrepentimiento (Salmo 51). Dios le perdonó, pero eso no le eximía de un castigo. Su descendencia estaría rodeada de violencia, pero le concedería un nuevo hijo con Betsabé: Salomón.

Y Salomón no era el único, pues ya había tenido muchos durante su reinado en Hebrón. El tercer hijo de David, Absalón, se rebeló contra su padre por el derecho al trono y mató a su hermano Amnón, el heredero, por violar a la hermana de ambos, Tamar, a quien Absalón amaba en secreto. Un comandante de David, Joab, lo vio con su pelo atascado en las ramas de un árbol y aprovechó para matarle a flechazos. David entró en cólera. Otro de sus hijos, Adonías, también se emperró en gobernar y se declaró Rey de Israel cuando David estaba en las últimas. Este es el castigo al que Dios se refería. En fin, que el reinado de David no acabó precisamente feliz. Al final, Salomón fue ungido rey en el año 965 a.C. y se cargó a su hermano tocapelotas junto a sus partidarios, como el comandante Joab.

El próspero reinado de Salomón estuvo marcado por su gran sabiduría aplicando la Ley de Dios. Esto se ve reflejado en el pasaje bíblico del Juicio de Salomón. En este juicio, dos mujeres se disputaban la maternidad de un niño. El hijo de una de ellas había muerto y ahora ambas se declaraban la madre del vivo. Salomón decidió partir al niño por la mitad y cada trozo iría para cada madre. Una de las madres dijo que fantástico, y la otra dijo que no, que se lo diesen a la otra pero que no matasen al nene. Así Salomón pudo saber quién era la madre verdadera.

Como se había profetizado, fue Salomón quien levantó el Templo de Jerusalén sobre el Monte Sión, en cuyo interior permanecería el Arca de la Alianza para después desaparecer misteriosamente para siempre. También amplió el palacio real y construyó grandes murallas que rodeaban la ciudad por completo. Todos querían conocer al gran rey Salomón, como la Reina de Saba, un país muy rico gobernado por mujeres que podría haber estado en Etiopía. El nombre de esta reina es desconocido, pero podría ser Makeda, o Balkis para la tradición islámica. Según el canon de la Iglesia Ortodoxa etíope, Salomón tuvo una aventura con esta reina y de su relación nació un hijo: Menelik, futuro rey de Saba, que dice la leyenda que pudo haber sacado el Arca de Israel antes de la llegada de Nabucodonosor y ahora reposaría bajo la Iglesia de Santa María de Sión, en Aksum. En la Biblia podemos encontrar el Cantar de los Cantares, poesía erótica que Salomón dedicó a esta mujer. Y también escribió el Libro de Proverbios, donde dejó constancia de lo sabio que era. 

Esta riqueza fue la responsable de la gran prosperidad del reinado de Salomón, lo que trajo unas riquezas sin igual en la zona. El comercio se expandió por todo Oriente Próximo, sobre todo con la ayuda de los Fenicios, y el rey comenzó a darle bien a la minería, explotando oro y cobre de Ezión-Geber o de Ararah, en la zona del Sinaí.

Pero entonces comenzó el pecado en este rey. Se rodeó de lujos, de regalos, y comenzó a dejar de lado a Yahvé y a vivir una buena vida de placeres. Se casó con una de las hijas del faraón egipcio Siamón, que pasó a formar parte de su gran harén de más de 300 concubinas, muchas de ellas extrajeras, que fueron su perdición, pues le atrajeron hacia la idolatría. La corrupción aumentó y nombró muchos sacerdotes indignos. Eso sí, en sus últimos días pareció arrepentirse y escribió el Libro de Eclesiastés, para aconsejar a sus sucesores que no siguieran su ejemplo y que se alejaran de las vanidades materiales del mundo.

Aún así, su pecado causó que el gran Reino de Israel comenzara a resquebrajarse en dos. A su muerte en el año 928 a.C., su hijo Roboam accedió al trono y comenzaron las tensiones entre las tribus sureñas de Judá y Benjamín y las otras del norte lideradas por un ex funcionario de Salomón llamado Jeroboam. Estas se habían vuelto cada vez más pecadoras y corruptas, pero parece que la gota que colmó el vaso fue una subida de impuestos por parte del hijo de Salomón. El sur tampoco es que fuese totalmente fiel a Dios, pero al menos no se habían olvidado de él. Con toda esta mierda encima, el Reino de Israel quedó dividido en dos: al norte el Reino de Israel, con capital en Siquem; y al sur el Reino de Judá con capital en Jerusalén.